En México, las Fuerzas Armadas se han caracterizado por su composición popular y su lealtad al país. La evolución de nuestro instituto armado ha tenido que ajustarse a las circunstancias políticas y de seguridad. Su misión ha tenido que ampliarse a “subsidiar” a las corporaciones civiles de seguridad, rebasadas por una criminalidad rampante. Este “subsidio” no ha sido tampoco una solución.

El hecho es que el país nunca ha logrado crear policías eficaces porque los políticos usan la seguridad como un pretexto político, que sirve para vender esperanzas, o para golpearse; desde luego, para devaluar el tema. Muy lejos han estado de un verdadero compromiso con la seguridad como una responsabilidad de Estado, con una definición civil y humanista. Siempre se han ido por la ruta de recargarse en las Fuerzas Armadas.

Nosotros nos opusimos a esta profundización de la militarización porque sabemos que los equilibrios civiles y militares son indispensables para cualquier democracia; porque los ejércitos no sirven para perseguir delincuentes; y porque estamos en contra de que se continúe abusando de nuestras Fuerzas Armadas. Sin embargo, en la vertiente política se generó una presión para darles a nuestros soldados y marinos un marco legal acorde a esta función. De ahí surgió el intento de promulgar una Ley de Seguridad Interior que fue calificada por el actual presidente de la Suprema Corte, como un “fraude a la Constitución”.

Poco le importaron al actual gobierno sus promesas de campaña, y en cambio se lanzó a profundizar aún más la militarización del país. Lo hizo modificando la Constitución, e instruyendo a las Fuerzas Armadas para que construyan un nuevo cuerpo paramilitar. Lo absurdo de este planteamiento se refleja en los resultados, pues la Guardia nace con deficiencias que van, desde indefiniciones de identidad (supuestamente civil pero en realidad militar), insuficiencias de capacitación y formación (los cursos de ingreso son de unas siete semanas), hasta cuestiones operativas, pues no queda claro cuál es su papel: ¿Combatir a la criminalidad? ¿Perseguir migrantes? ¿Repartir medicinas? ¿Vigilar el metro?

Lo más grave es que difícilmente habrá retorno, dado que se destruye al principal componente civil con que contaba el país, que es la Policía Federal y, peor aún, porque ahora nos dice el presidente: “Si por mí fuera, yo desaparecería al Ejército y lo convertiría en Guardia Nacional…” Está claro entonces que se abusa como nunca de las Fuerzas Armadas para instruirles que se canibalicen, y así crear este extraño cuerpo militarizado llamado “Guardia”. No es posible exagerar la gravedad de que se maltrate así a instituciones que son la última línea de defensa del Estado mexicano. No es posible que ahora se multipliquen en redes sociales escenas en las que se humilla a nuestros soldados y marinos. Y todo esto, en medio de una crisis mayúscula de inseguridad y violencia.

¿Cuál puede ser el sentido de esta locura? Si lo que se quería era reconstruir la vía civil, ¿porqué destruir a la Policía Federal? Si lo que se quiere es militarizar, ¿porqué debilitar a las Fuerzas Armadas? ¿No estamos más bien ante el apuntalamiento armado de un proyecto político? ¿No se trata más bien de construir nuevas lealtades armadas al margen de la institucionalidad construida a lo largo de un siglo? Qué grave tener que plantearnos estas preguntas, pero es indispensable hacerlo… antes de que sea demasiado tarde.

Presidenta de Causa en Común. @MaElenaMorera

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