¿Quién puede estar en contra del mérito? Es ya eje del sentido común en nuestro tiempo. A mi juicio, es imprescindible ponerlo en cuestión. Desde hace cerca de 40 años, en el medio educativo mexicano se ha instalado una concepción que corroe sus cimientos. Se trata del Individualismo-Meritocrático-Competitivo, (IMC).

A mediados de los ochenta, un grupo de científicos solicitaron auxilio porque el valor adquisitivo de sus ingresos se habían derrumbado como efecto de la crisis. El resultado no fue un aumento por la vía salarial, sino el empleo de Transferencias Monetarias Condicionadas (TMC). En lugar de atender al conjunto de los académicos, se decidió la creación del Sistema Nacional de Investigadores, (SNI), que estableció la entrega de monedas adicionales a quienes, voluntariamente, decidieran aceptar la evaluación de sus productos.

La “solución” conlleva un impacto: a partir de ese momento, buena parte del dinero que obtienen los investigadores, proviene de monedas extra salariales que se consiguen de manera individual, convirtiendo al trabajo que debe hacerse, de acuerdo al contrato, algo extraordinario, y confiriendo prestigio al ser parte de ese estrato superior de la academia.

Se hizo algo semejante en el nivel básico con el programa Carrera Magisterial y no estuvo ausente en la reforma del Pacto en 2013: centavos no salariales a quien fuese categorizado por un examen como “destacado”. Al parecer, en la nueva propuesta de reforma educativa, continuará vigente. Bien visto, lo que conduce a este sistema de IMC es el dinero. Hay una noción equivocada: se supone que, si en una escuela, hay puros profesores y maestras destacadas, su yuxtaposición produce calidad educativa. Importa la suma de los indicadores, no la coordinación de su trabajo, pues la escala en que se asigna la retribución al supuesto mérito es individual. Un proyecto colectivo, colegiado, en que el trabajo coordinado entre los docentes propicie espacios donde el aprendizaje pueda ocurrir con más frecuencia. No: cada cual, cerrada la puerta del salón, debido al resultado en un examen o la tenencia de un certificado colgado en la pared, producirá aprendizaje.

El IMC genera instituciones de educación superior, o básica, que por la suma de sus indicadores, parecen muy sólidas. Pero son muy frágiles. Entre el individualismo meritocrático competitivo, estéril, y el retorno a la confluencia de un corporativismo entre dirigencias sindicales ilegítimas, y autoridades que abdican de sus funciones, ilegal, ¿no existe otra opción? Más nos vale hallarla. Y pronto: urge dar con ella.

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