La hostilidad que hay en las redes sociales es preocupante. Es un espacio que se ha llenado de insultos y violencia. Muchos de los ataques se hacen, cobardemente, desde cuentas anónimas. El que arroja el dardo envenenado no se hace responsable. Lanza acusaciones, agravios, amenazas y no sabemos siquiera quién es y qué lo motiva a actuar así.

Es un mundo hostil, pero también muy fértil. Una plataforma que debiéramos todos cuidar para que siga siendo un espacio útil para el debate respetuoso y el contraste de puntos de vista; una herramienta para construir ciudadanía.

Un aspecto muy importante es el que tiene que ver con los niños. Me detengo en ello por las burlas y agresiones en contra del hijo menor del presidente López Obrador. Atacar a un niño nos degrada como sociedad. A los menores debemos protegerlos. Ellos no tienen la madurez ni la fuerza para defenderse. Además, no les corresponde hacerlo. Simplemente no deben estar en medio de ataques ni ser víctimas de la polarización.

La Convención sobre los Derechos del Niño establece con claridad que los menores no deben ser discriminados “sin importar quiénes sean, dónde vivan, la lengua que hablen, cuál sea su religión, su modo de pensar o su aspecto; si son niñas o niños, si tienen una discapacidad, o son ricos o pobres; y sin importar quiénes sean su padre, su madre y sus familias, ni lo que estos crean o hagan. No debe tratarse injustamente a ningún niño, por ningún motivo.”

Las burlas y humillaciones masivas en las redes sociales son dolorosas. La perversidad virtual lastima en el mundo real. Cualquier tipo de violencia en contra de un niño puede tener consecuencias emocionales. No seamos esa sociedad injusta que ataca a quien percibe débil, para lastimar al adulto con el que no está de acuerdo. Si las diferencias son con el padre o la madre, a ellos hay que dirigirse y hay que hacerlo con argumentos. No seamos esa sociedad cruel que agrede a quien no puede defenderse. Con los niños no.

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