El día de mañana, 31 de diciembre de 2019, concluye la segunda década del siglo XXI. La década con la temperatura global más elevada desde que se tenga constancia. Una década en la que nuestro planeta —humanos, animales, plantas, mares y suelos— ha sufrido condiciones extremas a causa del cambio climático.

El fin de esta década nos debe invitar, forzosamente, a una profunda reflexión. No solo en términos globales, también en términos locales: en lo que nosotros, los mexicanos, podemos hacer al respecto; en lo que nosotros, en nuestras ciudades, en nuestras colonias y en nuestras casas, podemos contribuir para que la próxima década sea la década en la que logremos salvar al planeta, y no en la que terminamos de destruirlo.

Esta reflexión se debe centrar en nuestros hábitos: en lo que consumimos, en lo que desechamos, en lo que regalamos, en lo que comemos, en la forma que nos divertimos, cómo nos desplazamos. En pocas palabras: en la forma en que nuestras acciones personales impactan en la colectividad. Y esta reflexión se debe centrar, también, en las política públicas que nosotros, como país, estamos impulsando para cambiar el futuro, o mejor dicho: para tener futuro.

Se podrá pensar que esta reflexión es netamente medioambiental, y que nada tiene que ver con la lucha social y cívica que tanto necesita nuestro país. Esto es un grave error. Si hay una lucha que se distingue por su fuerte contenido cívico y social es justamente la lucha contra el cambio climático. Por una muy sencilla razón: el calentamiento global es uno de los principales motores de la pobreza, la desigualdad y la injusticia.

Además, el cambio climático es causado, entre otros factores, por el consumo desordenado que reina en el mundo —gasolina, plástico, alimento chatarra, ropa barata—, lo que también genera pobreza, desigualdad e injusticia. En el fondo, es imposible que exista una solución a los problemas estructurales que tiene México —y el mundo— si no se reflexiona y se actúa sobre las causas y los efectos del cambio climático.

Resulta preocupante que en México, y sobre todo en el gobierno federal de México, no exista un sentido de urgencia por atender la crisis climática que tanto golpea a los campesinos, a las mujeres, a los niños y a las personas de la tercera edad. Al contrario, el actual gobierno —desoyendo los informes científicos y el sufrimiento de las personas— se ha centrado en impulsar las políticas públicas más dañinas para el medio ambiente.

Es una triste realidad que nuestro presidente, que se presentó en campaña como un luchador ambiental, en el poder se haya convertido en uno de los más fieles seguidores de Donald J. Trump, el líder que más daño ha hecho a la lucha contra el cambio climático, y uno de los políticos a los que menos le importa el sufrimiento de la gente.

Mientras muchos países latinoamericanos apuestan por que la siguiente década sea la del cambio ambiental —energía limpia, innovación, protección de los recursos naturales—, nuestro presidente apuesta por un pasado obsoleto y contaminante: energía fósil, proyectos faraónicos en zonas de reserva, recorte de recursos para cuidar el patrimonio natural, y una evidente falta de voluntad para combatir la deforestación de selvas y bosques.

México se está quedando atrás. Ante esta situación, algunos legisladores nos hemos dado a la tarea de luchar contra corriente y promover un modelo diferente al del gobierno federal: un modelo que privilegie la reutilización, la eliminación de plásticos de un solo uso, la protección de recursos naturales, la energía renovable, la compactación de las ciudades y la movilidad limpia, lo que de forma directa repercute en un país más justo, equitativo y solidario.

Por mi parte, al inicio de la tercera década del siglo XXI, seguiré luchando por esta causa, que es una causa de justicia y de verdad. Que es una causa por el Bien Común. Mañana concluye la peor década para el planeta. ¿Cómo será la próxima? Todo depende de cada uno de nosotros.

Google News