En México no se hace inteligencia dentro de las cárceles. El sistema busca combatir al crimen organizado y que las víctimas denunciantes de un delito obtengan justicia, pero una vez que alguien es detenido, no se da seguimiento. Si al imputado se le acusa por un delito, pero quizás cometió otro, las autoridades no van más allá.

Tiene 21 años, le dicen La Tambito, por el tatuaje de un tambo utilizado para deshacer cuerpos, que porta en uno de sus brazos, se observa una persona tratando de salvar su vida mientras la deshacen en ácido. La “técnica” que plasmó en su piel, describe la forma en cómo ella, perteneciente a uno de los cárteles más poderosos del país, empezó a matar a los 11 años. Ella, ahora, busca que su hija, de 9 años, haga lo mismo. Y, aunque el lienzo de su cuerpo demuestra lo contrario, ella está libre de delitos graves y la libertad la espera.

“Mi grupo es todo. Es mi familia. Gracias a ellos voy a salir de cárcel, tengo y soy todo lo que soy: una sicaria reconocida. No solo pagan los abogados para que yo salga de este lugar, se hacen cargo de mi mamá y mi hija”, relata desde una prisión federal, mientras me enseña otra tatuaje que porta: las iniciales del cártel al que pertenece.

Hablemos de las víctimas. La Tambito no se tentó el corazón. Deshacer cuerpos en ácido era su trabajo y asesinar bajo encargo, su forma de ganarse un lugar en lo que ella considera “un mundo de hombres”.

En lo que va del 2018 se han registrado más de 16 mil homicidios dolosos. Para como va, un aumento del 17% con respecto al año pasado, rebasará a 2017, como el más violento de la historia moderna de México. Los desaparecidos están en otra lista: 37 mil 435. En la cárcel hay personas detenidas que saben dónde están, quiénes son y quién los mato.

¿Alguna vez las autoridades han trabajado contigo para identificar los cuerpos que en tu cártel han desaparecido?, le pregunto. “Ni siquiera estoy acusada por homicidio. Los abogados ya me ayudaron, las autoridades no me pudieron comprobar nada”, dice tranquila.

Nuestro sistema de justicia penal está rebasado. Predomina la corrupción e impunidad. Las autoridades rara vez investigan, casi nunca hacen inteligencia y, cuando la hacen, en las más de las veces, está mal hecha.

La inteligencia que debe llevarse a cabo dentro de las cárceles es, no solo necesaria, sino urgente para esclarecer un sinfín de delitos y para entender la descomposición que se refleja en violencia en las calles e incluso en otras prisiones.

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