Hace casi una año que comencé a escribir esta columna que lleva por título Ciudad Domesticada, y en aquél momento pensé ese nombre como el eje que me daría la pauta para cuestionar los procesos de crecimiento y expansión de una ciudad desde lo cultural, urbano, histórico, artístico y, por supuesto, desde lo social. A lo largo de estos meses, y a través de los textos que integran esta columna, me había permitido pasear de forma simbólica entre el adentro y el afuera, entre los espacios y lugares domésticos así como los ajenos o extraños. Pero ahora, con el momento histórico que estamos viviendo a nivel global, y como aquel  título de la pieza de Teresa Margolles que representó a México en la edición 53 de la Bienal de Venecia en 2009 cuando la situación de violencia en el país se desbordó, ¿de qué otra cosa podríamos hablar?

Hoy, esta pregunta se expande, retumba y hace eco alrededor del mundo. Porque ahora, en nuestro presente, hemos sido puestos en confinamiento.

¿De qué otra cosa podríamos hablar? Si no es del estado de reclusión en el que nos encontramos y de los efectos ocasionados que han marcado la forma en que nos relacionamos con los otros, donde nuestra libertad de movimiento está condicionada por límites físicos y simbólicos. Si nos han puesto en un estado de aislamiento, entonces, ¿cómo habitar esos espacios a los que llamamos domésticos? Y con esto no me refiero a establecer una diferenciación entre lo público y lo privado o entre el adentro y el afuera. Sino a construir esta mirada social en la que domesticado y doméstico son conceptos distintos que establecen un proceso y un resultado.

Nuestra forma de habitar por la casa y por la ciudad era otra, muy distinta y lejana a la que tenemos ahora. Ese proceso de domesticación (al que estábamos acostumbrados y donde nosotros definíamos el cómo) basado en la apropiación y generación de vínculos con los lugares, los espacios, experiencias y memorias, derivó en encontrar formas de comunicación con el mundo. Pero ahora, a partir del confinamiento, estos procesos se han ido desestructurando de manera vertiginosa. En este tiempo y bajo las circunstancias de la pandemia, el proceso se ha revertido y pareciera que nosotros, los humanos, somos esos animales salvajes que están siendo domesticados para aprender a convivir con su entorno: uno, al que nosotros creíamos que habíamos dominado; uno, al que le habíamos impuesto trazas urbanas, fronteras físicas y políticas; uno, en donde nos habíamos dividido en grupos sociales; uno, en donde habíamos encontrado lugares de refugio y sentirnos a salvo, protegidos; uno, en donde habíamos dibujado rutas cotidianas que nos llevaban de paseo, de la casa al trabajo, a la escuela, al cine, al mercado, al encuentro con el otro; habíamos diseñado un entorno en donde el tiempo también era muy importante.

Pero en esa normalidad que parece que sí resultó ser un problema, se ha entablado una disputa entre la naturaleza y el entorno urbano (con todas las implicaciones que ambos escenarios contienen), que va más allá de lo territorial. Se han trazado fracturas ya visibles, divisionismos, límites aún mayores. Salimos a la calle de la mano del miedo, de la angustia, viendo con suma rareza y desconfianza al que pasa al lado nuestro; somos mucho más conscientes de nuestro propio cuerpo y el de los otros. Nos vamos a la cama no porque estemos sumamente agotados de la rutina diaria, esperando encontrar un merecido descanso, sino por el hecho de tachar un día más en el calendario; pero el insomnio nos atrapa solo para recordarnos que el tiempo sucede más lento, más pesado.

Para cuando todo esto acabe, ¿cómo vamos a volver a habitar y a hacer nuestros los espacios? Quizá en la Filosofía de la Imaginación que plantea María Noel Lapoujade exista una posible salida:

“El hombre se vuelve humano cuando imagina, es decir, cuando transgrede. La especie humana es la especie transgresora por excelencia. Para bien o para mal, transgrede”.

Twitter: @CDomesticada

Piedad es artista visual con maestría en

Diseño e Innovación en EspaciosPúblicos.

Actualmente es profesor de cátedra en el Tec de Monterrey campus Querétaro.

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