Lo que estamos observando en el proceso electoral es un fenómeno que no se había visto en décadas. Algunos lo atribuyen al carisma de López Obrador. Tengo para mí que el carisma se sustenta en que tiene una gran sensibilidad política que le permite tomar el pulso a las masas. Pero la verdad es que hay una realidad de fondo que explica la voluntad de transformación de la sociedad mexicana. En efecto, como admitía incluso Peña Nieto, los mexicanos están enojados.

La economía ha tenido un crecimiento magro. En cuanto al empleo, el conteo es engañoso: a partir de la reforma laboral que impulsó los contratos temporales, ahora se le firma al mismo trabajador un nuevo contrato cada mes y cada uno cuenta como la creación de un empleo. Lo más importante es que hoy casi el 60% de la población económicamente activa se encuentra en la informalidad.

En cuanto al salario, desde 1976, cuando se firma el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, se establecen los topes salariales: el aumento al salario mínimo se fija cada año por debajo de la inflación, y ese aumento sirve de norma para el resto de los salarios. Esto ha determinado que los salarios reales hayan perdido más del 70% de su poder adquisitivo.

En cuanto a las pensiones, se han privatizado los fondos y se han utilizado para financiar al gobierno y a empresas privadas; además se han disminuido los montos y, en algunos casos, se han dejado de pagar porque “no hay dinero”.

También se han privatizado empresas paraestatales, lo que ha determinado aumentos en servicios y productos vitales. La libre entrada de la inversión foránea ha provocado una extranjerización de la planta productiva. En el campo, los despojos y las importaciones masivas han obligado a los campesinos a abandonar sus parcelas. Para el país la situación se considera alarmante: México importa alrededor del 43% de los alimentos que consume, lo que revela una grave dependencia alimentaria.

Ni qué decir de la seguridad: hay más de 200 mil muertos y más de 30 mil desaparecidos. En el terreno de la política existe una ausencia de negociaciones con cualquier grupo que proteste y no se puede negar la desconfianza en las autoridades electorales. Son estos hechos los que están en el fondo de la ira popular y de su voluntad de cambio.

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