El pasado 20 de mayo fue dado a conocer el Plan Nacional de Desarrollo (PND). Este instrumento, de acuerdo con la ley, guiará los actos del gobierno federal durante el periodo 2012-2018 en todos los frentes, incluidos —por supuesto— los relativos a ciencia y educación.

En un país con baja cultura de planeación, estos planes —y las consultas que suelen acompañarlos— históricamente han sido vistos como un acto burocrático y no como el mapa de ruta que dé certeza y permita evaluar las políticas públicas del país. La profunda relevancia de los planes de desarrollo radica, en esencia, en que constituyen una definición política, esto es, una toma de posición frente a los problemas y una propuesta clara de atención, fijando plazos y medios para su solución.

Una adecuada visión de planeación y evaluación, particularmente para el caso de la universidad pública, implica trascender el fangoso embrollo de los formularios y asumir ambos mecanismos como auténticas guías para clarificar pretensiones, viabilidad, utilidad social, contribución al conocimiento, financiamiento y medición de resultados, por supuesto todo ello siempre con arreglo a los fines de las instituciones.

Si la planeación y la evaluación no se reducen a vagas abstracciones y generalidades, resultará siempre un magnífico referente para la rendición de cuentas a que estamos obligados todos los que ejercemos alguna responsabilidad directiva en la sociedad. Ahí radica la importancia del PND. Por eso es importante detenernos a reflexionar sobre su contenido.

Es cierto que resulta más aconsejable plantearse metas viables, pero también lo es que la única manera de acreditar voluntad para reubicar el tema de la educación en el punto más alto de la escala de prioridades es preciso ponerlo por encima de otros campos ajustables, como lo son los gastos de representación de la alta burocracia y los regímenes fiscales de excepción, por ejemplo.

Que México esté en el sitio 48 de 65 países valorados por el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA) y en el último lugar en la OCDE son algunos indicadores que el propio PND reconoce como formidables retos a enfrentar en materia educativa.

Como bien lo ha advertido el experto Manuel Gil Antón: “hechos son amores y no buenas razones”, de ahí que será importante aguardar a las especificaciones de planes sectoriales, único medio para pasar de conceptos indiscutibles a actos concretos que reclaman nuestras sociedades y nuestras instituciones educativas.

Rector de la Universidad Autónoma de Querétaro

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