La detención de Genaro García Luna en Estados Unidos por cargos de narcotráfico y corrupción es un golpe al centro neurálgico del calderonismo, principal referente de nuestra débil oposición. Golpea indiscutiblemente a Felipe Calderón y a su proyecto político —México Libre—, justo cuando el partido lleva más de 90% de las asambleas realizadas para obtener el registro.

Todo parece indicar que la podredumbre estaba alojada en la oficina del hombre de más confianza de Calderón y en la política insignia de su administración —la guerra contra el narco— que algunos reivindican como éxito a pesar de los miles de muertos y desaparecidos.

Ese hombre que en 2006 llegó a “defender el Estado de derecho” encabezó un régimen que habría pactado con el narco. Hoy podríamos pensar, incluso, que su guerra contra las drogas pudo ser un montaje ya no solo para ganar legitimidad democrática —como pensábamos— sino para para otorgarle el poder a un grupo del crimen —Cártel de Sinaloa—, el más letal de todos en esos años.

El gobierno que “comenzó a limpiar la casa plagada de animales venenosos”, según decía Calderón sobre su administración hace solo unos meses, terminó siendo el de los funcionarios que se volvieron ricos a costa de 200 mil vidas. Qué ironía, el último mensaje de Calderón antes de la detención de García Luna fue para condenar el robo de un libro…

Pero lo ocurrido no solamente le pega al calderonismo, sino también al partido que lo llevó al poder —Acción Nacional—, al inhabilitarlo como una oposición medianamente creíble.

¿Como puede hoy Marko Cortés criticar la ley de Amnistía que propone el gobierno de López Obrador —como lo hizo precisamente ayer (!)— por otorgar el perdón a narcomenudistas, cuando los gobiernos emanados de sus filas habrían otorgado de facto un perdón a los grandes narcos que les llegaron al precio?

¿Cómo creerle algo a esos panistas que durante los debates por la creación de la Guardia Nacional defendían a ultranza el mantenimiento de la Policía Federal, ese cuerpo creado en 2009 por un presunto delincuente como es García Luna? ¿Cómo es que hasta hace poco los legisladores albiazules defendían un organismo que —hoy sabemos— fue cooptado por el crimen organizado y cuya verdadera cabeza habría sido el Chapo Guzmán?

Genaro García Luna y el hoy también defenestrado Eduardo Medina Mora no son nada más una hechura de Felipe Calderón. Son símbolo de la corrupción de los tres últimos gobiernos porque ambos ocuparon puestos de alto nivel con Vicente Fox (uno de ellos también con Peña Nieto): García Luna, como director de la Agencia Federal de Investigación, y Medina Mora en el Cisen, la Secretaría de Seguridad Pública, y más tarde como embajador y ministro de la SCJN.

Pero estos dos casos representan todavía algo más inquietante. Constituyen un duro golpe al legado del régimen que emanó de la transición democrática impregnado de un discurso de “respeto a las instituciones”, de “pesos y contrapesos”, “legalidad” y “transparencia”. Conceptos que ellos —foxistas y calderonistas, aunque también peñistas— terminaron por corromper y vaciar de contenido.

Nos habíamos convencido —y muchos intelectuales de la transición se ocuparon de ello— que habíamos transitado hacia una democracia electoral formal, donde la “salud de las instituciones” representaba un baluarte. García Luna y Medina Mora muestran, sin embargo, que ni siquiera eso habíamos conquistado. En realidad, el régimen que llegó al poder en 2000 fue una auténtica plutocracia: el gobierno de los ladrones, los pillos, los narcos y los grupos de interés que acabaron por erigirse en dueños y señores.

Antes de su desafuero en 2005 López Obrador dijo ante el Congreso “hoy ustedes me juzgan a mí, pero falta que a ustedes los juzgue la historia”. Tal vez ese día está llegando.

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