Son un sentimiento poderoso y a veces desprovisto de razón que llega a ofuscar la mente, que pone en jaque al cerebro del genio, provoca la emoción del hombre más ecuánime y saca de quicio a la mujer más serena. El niño de dos años tiene celos del hermanito recién nacido y los padres desesperan al ver el sufrimiento del pequeño, cuyo corazón se debate en terrible disyuntiva: querer al bebé y a la vez desear su alejamiento de la familia, para seguir siendo el único.

Los amantes llegan a extremos enfermizos al sentir la cercanía del rival. Pueden creer que cobran vida las sombras que les rodean y dan una falsa interpretación a una sonrisa, una palabra o un objeto cuyo origen les resulta sospechoso.

Alberto Ruy Sánchez, escritor mexicano con treinta libros de poesía, narrativa y ensayo, es autor de “La pasión: fósil mutante”. De sus versos tomo los siguientes: “Soy las palabras, / las no dichas. / Las de sangre / en celo: / las de celos / que palpitan / en el silencio / de la noche. // Huella fósil / de una pasión / un bicho. / Soy primitivo, enamorado, / imaginario, / solar, / testigo, irónico”.

Ruy Sánchez, cuyas novelas ubicadas en el legendario Mogador gozan de enorme éxito, logra que sus palabras palpiten en la oscuridad, las dota de corazón y por tanto de ritmo cardiaco, con válvulas que se abren y cierran para llevar la emoción por todo el cuerpo, a través de arterias hechas de letras que resuenan en los rincones de nuestra anatomía.

José Ángel Buesa, autor antillano nacido en Cuba que vio sus últimas horas en Santo Domingo, República Dominicana, escribe en su poema “Celos” sobre el absurdo que llega a invadir el pensamiento de un hombre cuando ha vivido ya la primera euforia: “Ya sólo eres aquella / que tiene la costumbre de ser bella. / Ya pasó la embriaguez. /

Pero no olvido aquel deslumbramiento / aquella gloria del primer momento, / al ver tus ojos por primera vez. / Y sé que, aunque quisiera, / no he de volverte a ver de esa manera, / como aquel instante de embriaguez; / siento celos al pensar que un día, / alguien, que no te ha visto todavía, / verá tus ojos por primera vez”.

Sor Juana Inés de la Cruz, la más grande entre los escritores del siglo XVII en el idioma español, la monja jerónima que comprendió a la perfección las emociones humanas, llenó con ellas la cánula de su pluma de ave para escribir: “Día de comunión” cuya estrofa central dice: “...hoy, que para examinar / el afecto con que os sirvo, / al corazón en persona / habéis entrado vos mismo, / pregunto: ¿es amor o celos / tan cuidadoso escrutinio? / que quien lo registra todo / da de sospechar indicios”.

Amado Nervo fue un carismático poeta nacido en Tepic en 1870, cuando esa ciudad era un distrito militar y pertenecía a Jalisco; hoy es la capital de Nayarit, estado creado en enero de 1917, cuando la República entera se encontraba en Querétaro, redactando la Constitución Política que hoy nos rige. La poesía de Nervo pertenece al movimiento modernista y durante la vida del escritor fue leída en varios países de Hispanoamérica, gracias a la actividad diplomática de este autor elegante y de trato cordial. Su poema “Celoso” describe el máximo límite del hombre que llega a desear que su compañera no participe en la eucaristía: “Bien sé, devota mujer, / cuando te contemplo en tus / fervores y celo arder, / que no me puedes querer / como quieres a Jesús. / Bien sé que es vano soñar / con el edén entrevisto / de tu boca, sin cesar, / y tengo celos de Cristo / cuando vas a comulgar”.

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