Desde hace mucho tiempo he sido un convencido de que la vida es por naturaleza azarosa, pero también lo estoy de que en parte somos los arquitectos de nuestro propio destino. Esta mezcla de condiciones, elementos, características o circunstancias, influyen necesariamente en nuestra vida y van dando forma y cauce a nuestro paso en el tiempo.

Curiosamente, la mayoría de estos eventos tienen que ver con relaciones, encuentros y desencuentros con otras personas y con las actividades que realizan las propias personas. Así es, como de origen y partiendo de un hecho consumado, somos concebidos en el azar de un código genético y entonces nos marca de por vida el ser personas únicas e irrepetibles, a pesar de todas las similitudes que podamos tener, más aún con nuestros seres más cercanos.

Puede ser capricho del destino el como, cuando y donde nacer, además de las condiciones culturales que todo ello implica. Si tuvimos la fortuna de llegar a esta vida en condiciones más favorables que muchos otros, pienso como acotación, que implica la oportunidad de ser corresponsable y llevar a cabo, en el transcurso del tiempo y en el buen uso de la razón, acciones en beneficio de aquellos que el azar los colocó en condiciones distintas. Ese sería un camino ideal en la búsqueda de el equilibrio que en términos sociales y comunitarios conocemos como combatir la desigualdad.

Al principio, poco o nada, de lo que nos afecta, depende de nosotros mismos. Al tiempo es que las cosas se van invirtiendo y entonces vamos tomando decisiones y asumiendo las consecuencias de las mismas. Justo en esa etapa, es que son más evidentes las casualidades y las causalidades. Las primeras son las condiciones fruto estrictamente del azar que nos afectan y, las segundas, son aquellas que son concurrentes y están más en función de los eventos, consecuencia de nuestras decisiones en el transcurso de la vida.

Si el azar nos sonríe, hablamos de ser afortunados, de lo contrario, yo uso el término “meado de zorrillo”, concepto que considero no requiere mayor explicación. Pero lo más importante es manejar aquello que estrictamente depende de nosotros, de nuestras decisiones y conscientes de ponderar riesgos. Estos nos acompañan siempre como la sombra, como ejemplo puedo citar excesos de velocidad, de alcohol, de confianza y muchos más. Por ello resulta bueno buscar el equilibrio. 

Por otro lado, la vida se vive una vez y tampoco creo, por ejemplificar, que sería mejor no caminar para no caer. Al contrario, hay que asumir los riesgos de las oportunidades y pagar el precio de aprender y de crecer. Cuando hablo de ponderar, no quiero decir evitar, sino analizar el riesgo para poder dimensionarlo y en consecuencia manejarlo. La vida tiene sus días y sus noches. El primer riesgo de vivir siempre viene acompañado del primer llanto al nacer, al final de la vida la trascendencia solo se logra en un camino de tiempo y de atrevimientos.

Cada uno de nosotros podemos acomodar estos pensamientos y verlos desde diversas perspectivas como religiosas, científicas, esotéricas, etc. Al final del día, las casualidades y las causalidades están presentes en nuestras vidas un poco más allá del azar. Pudiera concluir que el estado perfecto del ser humano es el equilibrio de sus talentos y defectos, de sus fortalezas y debilidades, de sus pasiones y frustraciones. La armonía es una vereda en el camino de la felicidad y, ésta es la mayor aspiración de cualquier ser humano que se reconozca inteligente.

Así también nuestra ciudad tiene sus casualidades y sus causalidades, las que hoy están en boca, no solo de los queretanos, sino de mucha más gente allende las fronteras de México. El reto es mantener el equilibrio y la armonía entre toda la comunidad que la conforma y lograr disminuir la brecha de desigualdad entre sus habitantes. Hoy día tiene muchas oportunidades y la esperanza transita entre sus avenidas sin mayor congestionamiento y no es solo casualidad. De todos depende que siga siendo el Querétaro nuevo que deseamos conservar.

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