10 de agosto de 2020

Prólogo. Me ausenté desde hace un tiempo. Y no fue plenamente por voluntad. Más bien fue por una situación forzada, casi obligada. Me fui como tantos hombres y mujeres, que no les queda más que irse de sus hogares, del lugar en el que nacieron, que migran para buscar mejores oportunidades de vida. Y que al irse, dejan a la familia con la expectativa de la suerte que les pudo haber tocado en su trayecto. Cuando no había comunicación digital tan inmediata como ahora, las cartas suponían la confirmación de la existencia. Recibir una carta de aquél que se había ido traía sus palabras a la distancia, emociones contenidas en un pequeño trozo de papel viajero. Al menos así lo experimentaba yo cuando recibía una carta de mi padre, aunque a veces pudiera hablar con él por teléfono durante segundos, leerlo implicaba otra forma de sentirlo cerca, de saberlo presente.

Me ausenté de la ciudad. De alguna manera, todos lo hicimos. En el viaje de ida encontré un camino no inseguro, pero sí lleno de incertidumbre, no me faltó agua, tampoco comida, no me aquejó el intenso sol ni morí de frío, Pero sí se sintió el desamparo, una sensación de saberse desorientado, quizá hasta un tanto perdido. Tampoco fue un viaje que hice sola, de hecho íbamos en pequeños grupos. Como en cada travesía, las habilidades para resolver y sortear lo inesperado, definió al más fuerte, al mejor entrenado. Tuve mucho miedo, aún lo sigo sintiendo por las noches cuando me despierto de sobresalto. Muchos no lo lograron, fueron vencidos por las circunstancias para las que definitivamente no estaban preparados. Y aunque ya llegué a la casa donde habitaré por un tiempo, eso no garantiza mi completa superviviencia. Hago todo lo que puedo por mantenerme viva.

Ya te conté cómo estuvo el viaje de ida, ahora te voy a decir qué extraño de ti. Recuerdo esos largos paseos por las tardes en los que veía al sol esconderse detrás de las cúpulas de las iglesias. Extraño el ruido de tus calles, el bullicio constante de los jardines y plazas. Sentarme en una banca sin preocupaciones. Añoro los días en los que veía a los niños mojarse en las fuentes, hacer amigos, jugar con desconocidos. Tengo muy presente los días en los que me reunía con mis amigos en los cafés del centro, y no sólo por trabajo, sino por el mero placer de sentarnos a platicar sin tiempo, sin miedo, sin restricciones.

De las cosas que más recuerdo, son todos esos momentos en los que salía a cualquier cosa al centro, a una inauguración, un festival, una presentación de un libro; y de manera natural todo sucedía, tus calles eran ese lugar de encuentro para saludar y abrazar a mis amigos, a los conocidos de hace tanto.

Extrañaré el frío que se siente en el rostro a la llegada del invierno, por allí del mes de noviembre. Mes en el que tampoco podré festejar mi cumpleaños recorriendo los puestos de día de muertos, ni abriéndome paso entre las multitudes para acercarme a ver a detalle los altares de muertos. Extrañaré el olor a las flores de cempasúchil, el olor del incienso, recorrer al menos tres veces los puestos de calaveritas de azúcar para encontrar la más extravagante, y entonces pedir que escriban mi nombre en su frente.

Extrañaré diciembre con particular nostalgia. Quizá no haya vuelto aún y me perderé las luces de la ciudad, las sonrisas de las familias al tomarse las fotos en grupo intentando hacerse una selfie en medio de 
los tumultos.

Extraño tanto pasear en ti, contigo. Saberte mía de alguna forma. Fuiste mi cómplice en tantas ocasiones. Que seguro ahora que vuelva, no seremos las mismas, ni tú ni yo. Ambas cambiamos, como todos los que se ausentaron de ti. Y no es para menos, uno se va y en el camino se transforma, las cosas que suceden redefinen a uno.

Cuídate mucho, cuando vuelva quiero saber que sigues allí.

Colofón. Por años recibí las cartas de mi padre, las fui guardando todas en una cajita de perfume vacía. Aún las conservo, la última que recibí de él antes de su muerte ya no es legible. El llanto inevitable desdibujó sus últimas palabras, sus consejos a una adolescente se convirtieron en manchas de tinta expandida.

Twitter: @CDomesticada
Piedad es artista visual con maestría en
 Diseño e Innovación en EspaciosPúblicos. 
Actualmente es profesor de cátedra en el 
Tec de Monterrey campus Querétaro.

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