A la hora de bautizarte el cura preguntaba qué nombre y lo repetimos varias veces hasta que desapareció su gesto de incredulidad. Cuando te registramos en las oficinas civiles sucedió lo mismo. Por esos días salió un perfume con el mismo nombre repetido. Era una exquisita fragancia de rosas. La gente pensaba que de ahí lo habíamos tomado.

Luego, a cada rato, tenía que explicar la razón de tu nombre. Había leído los diarios de Anaïs Nin (escritora estadounidense, nacida de padres cubano-españoles, amiga de escritores como Henry Miller y Antonin Artaud a quienes conoció durante su larga estancia parisina) y sus conceptos sobre la mujer en sus relatos autobiográficos, me parecieron muy avanzados para su época (principios del siglo XX), muy femeninos, muy dignos, valientes y bien redactados. Por si fuera poco, nos gustó el nombre y así te llamas.

Teníamos que completarlo con el de los Ángeles para honrar a tu madre y a tu abuela. Tu vida ha estado llena de ángeles.

Te escribo esto porque, para quienes te conocemos, es un acontecimiento que hayas contraído matrimonio. La ocasión es propicia para una reflexión que puede ser un lugar común y a los lectores no les descubra nada. Pero también es posible que se queden con algo y eso ya es ganancia.

Los misteriosos vínculos que van aproximando a la gente a un punto de encuentro que es el amor, es uno de los enigmas más extraños y afortunados que tiene la vida, que hace que dos seres se conecten, se amen y se atrevan a unirse en matrimonio.

Digo se atrevan porque la vida de pareja también ha evolucionado, pero pensemos en todo lo maravilloso que puede ser el matrimonio: complementariedad, solidaridad, oportunidad de tener descendientes que heredan las virtudes de los padres (en unos casos también sus defectos); constituye una íntima comunidad de vida y de amor conyugal, es una felicidad si las parejas se aman, como es un martirio si se desenamoran.

El matrimonio tiene más ventajas que inconvenientes. Si no fuera así este mundo sería un aburrido planeta de célibes, seres tediosos, montones de vírgenes irremediables, individuos solitarios, practicando toda clase de suertes solipsistas, ¡un horror!

Pero respetables también lo son los que aman y no se casan. Porque les da flojerilla, porque son tacaños, porque prefieren las ventajas de ser ascetas, o porque están de acuerdo con esa frase de García Márquez: “El problema del matrimonio es que se acaba todas las noches después de hacer el amor, y hay que volver a reconstruirlo todas las mañanas antes del desayuno”.

Quiero decirte que el día de tu boda ha sido un día muy especial porque dos seres complementarios se encontraron en un punto, por esas contingencias tan extrañas de la vida, tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio y coincidir…

Anaïs de los Angeles: te digo que fuiste una niña maravillosa, una criatura muy bella, que llamabas la atención por tu pelo dorado; que has crecido con un hermano y una madre que son muy unidos y fraternos y que todas las noches, desde hace muchos años, antes de dormirme te he llamado para desearte dulces sueños y que duermas con tus colegas alados.

Te resististe tanto tiempo a tener pareja, hasta que encontraste a Javier con quien deberás ser muy feliz, aunque, qué bueno, no sea ni príncipe ni azul. Preparaste tu boda y cuidaste todos los cientos de detalles que impone una celebración única. Como eres una persona tan querida, asistieron para ser testigos de tu unión amigos de los Altos de Jalisco, de los Países Bajos; desde la frontera entre Canadá y Alaska hasta la Patagonia, también del vecino país y hasta de la hermana República de Hércules.

Qué bueno que invitaste a tus nanas, a la gente que ayudó en tu casa para que tu ropa estuviera limpia y planchada, a quienes arreglaban la estufa y tapaban las goteras de la casa. Ellos tuvieron un lugar especial en esa fiesta que tuvo un momento climático cuando tu primo cantó una bella canción que describe justamente el misterio de las parejas que se encuentran y se aman, bajo el signo de esa incógnita que no se resuelve nunca, pero está presente siempre.

Editor y escritor

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