Hace unos días, dijo usted en el Senado de Estados Unidos lo siguiente: “Tenemos un problema con México. Hay mucho sentimiento antiestadounidense. Si mañana fueran las elecciones en ese país, probablemente ganaría un izquierdista antinorteamericano y eso no es bueno para Estados Unidos”.

Con estas palabras volvió usted al juego que viene jugando desde hace tantos años, que consiste en, por un lado, decir que la relación entre ambos países es excelente y que hay necesidad de una reforma migratoria para legalizar a los inmigrantes y a sus hijos y, por otro, insistir en que urge completar el muro y utilizar la más moderna tecnología para detener la inmigración y referirse a los mexicanos de manera negativa.

Sabemos que como todo buen político, esos puntos de vista los expresa usted dependiendo de lo que en ese momento le interesa: si quiere votos, corteja a los hispanos, si quiere quedar bien con el ocupante de la Casa Blanca, dice lo que dijo frente al secretario de Seguridad Interior de su país.

Pero lo que usted dijo, solamente voltea las cosas de cabeza. Porque todo es exactamente al revés: cuando habla de que es un problema el sentimiento antiestadounidense en México, ya que podría resultar en un gobierno de izquierda, convenientemente olvida que hay un sentimiento antimexicano en Estados Unidos que ya resultó en un gobierno de derecha. Y cuando se dice temeroso de que pueda triunfar en México alguien cuya retórica no es buena para los intereses de Estados Unidos, convenientemente olvida que desde hace más de un año la retórica contra los intereses de México ya es una realidad allá y, más todavía, que lo ha sido desde hace mucho tiempo. ¿O ya olvidó la que llevó a la anexión (la primera dama Julia Gardiner Tyler desplegó tal actividad para convencer a los senadores y fue tal su fervor y dedicación a la causa, que su marido el presidente le regaló la pluma de oro con la que firmó la anexión y ella se la colgó al cuello para lucirla con orgullo por el resto de sus días), a la invasión (la de la también primera dama Sarah Polk a favor de la guerra), a la presencia de embajadores metiches (que consideraban que el vecino del sur era un país habitado por gente inferior, igual que hoy Trump dice que los mexicanos son delincuentes y violadores)?

Y sin embargo, como usted mismo lo reconoció apenas en diciembre del año pasado, existe entre ambos países una relación intensa (inquebrantable dijo usted) en términos comerciales, culturales y de flujo de personas que, en sus palabras, “es más fuerte que nunca y va a seguir mejorando”.

Quizá sería más realista decir que hay un sentimiento en contra del gobierno de Estados Unidos, ese que deporta y construye muros y amenaza y humilla a los mexicanos cada vez que puede, e incluso trata mal a los inmigrantes legales. Y no me refiero solo al gobierno de ahora. Y lo hay también contra gobiernos locales (el de su estado Arizona por ejemplo), que permiten la existencia de grupos dedicados a “cazar” mexicanos y maltratan a los trabajadores que van para allá.

Entonces, lo que existe es al revés de lo que usted dice: hay un sentimiento antimexicano en su país, cuya expresión más clara es que el presidente Trump no haya invitado a su vecino del sur, tercer socio comercial y con gigante frontera común, a visitar Washington para negociar los muchos asuntos bilaterales.

Esto es tan grosero que, de hecho, senador, usted debería estar agradecido de que el sentimiento de los mexicanos hacia Estados Unidos no sea de verdad negativo, y darse cuenta de que eso se debe a que el gobierno mexicano ha mantenido una actitud de dignidad, que algunos califican de débil, pero otros consideramos muy inteligente para no echar más leña al fuego, un fuego que ustedes se han encargado de mantener ardiendo.

Entonces señor McCain ¡Somos nosotros los que tenemos un problema con Estados Unidos!

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