En el transcurso de la última semana y en distintas oportunidades, el presidente Donald Trump se ha pronunciado así sobre el TLCAN: “Estamos en una negociación compleja y sabremos pronto los resultados”; “Es posible que no podamos alcanzar un acuerdo y es posible que sí”; “Dentro de poco decidiré si permanecemos en él”; “Es factible que no podamos alcanzar un acuerdo con uno u otro [socio], pero en el ínterin llegaremos a un acuerdo con uno”; “Sigo creyendo que es el peor acuerdo del mundo”; “Habrá que denunciarlo para mejorarlo”; “Tenemos la oportunidad de hacer algo muy creativo que sea bueno para Canadá, México y Estados Unidos”. Como dirían mis hijas pre-adolescentes, “¡¿Huh?!”.

Finalmente, lo que comienza a quedar claro después del excesivo optimismo panglosiano tanto en Canadá y México como en el sector empresarial cupular estadounidense es que el TLCAN está en el filo de la navaja. Y no es nada más que lo que nos era evidente desde la campaña hoy se ha materializado con textos y posturas negociadoras. Lo que la renegociación del TLCAN revela es palmario: Trump no tiene una estrategia sino solamente un listado de agravios. Su visión mercantilista alimenta la convicción de que el comercio internacional ha permitido la expoliación y agiotaje de EU, como lo mostró la columna reciente del secretario de Comercio Wilbur Ross en el Washington Post, en la que obcecadamente mira al libre comercio global interconectado e interdependiente a través del prisma del bilateralismo simplista y anticuado. Es más, en un panel sobre la renegociación del TLCAN en el que participé la semana pasada con Stephen Harper, ex primer ministro de Canadá, y Newt Gingrich, ex Líder de la Cámara de Representantes de EU, el propio Ross, quien cerraba el foro, afirmó sin pestañear que EU no tenía por qué mantener la simetría y reciprocidad como criterios cardinales de un acuerdo comercial dado que la economía estadounidense era mucho más grande que la canadiense y mexicana y por ende un nuevo TLCAN tendría que compensar eso.

Muchos en EU y en México habían venido insistiendo hace tiempo que las amenazas de Trump sobre el TLCAN no eran más que marrullería y reflejo de su peculiar estilo de negociar, elevando costos de lo que está en juego en una negociación y de la extensión de su peculiar “arte de negociar” de la televisión a la Oficina Oval. Pero algunos hemos subrayado desde el día 1 de esta nueva Administración estadounidense que el estilo presidencial de Trump es despótico, compulsivo y que cumple generalmente con sus amenazas. Además, sigue comportándose como un vendedor de coches usados, tratando de procurar inescrupulosamente toda ventaja posible en cualquier tema de política pública como si se tratase de una transacción. Otros más sugerían que los contrapesos institucionales o intereses políticos acabarían constriñéndolo, ya sea porque el Congreso tiene atribuciones en materia comercial y de tratados o porque el impacto económico de salirse del TLCAN le pasaría una onerosa factura política a Trump. Pero a este Presidente le importa un bledo la separación de poderes, y cuando toma decisiones, no lo hace constreñido por consideraciones constitucionales. Y su embestida contra el liderazgo del GOP muestra que los saldos y consecuencias políticas tampoco lo despeinan. Ahora, son más que evidentes dos temas nada menores. Primero, que no es solo Trump quien busca que el TLCAN sea una cancha de juego inclinada en favor de EU; tanto Ross como el Representante Comercial, Robert Lighthizer, comparten esa visión; en el caso de éste, se ha dedicado a cilindrar a Trump para que asuma posiciones agresivas y unilaterales para impactar la negociación. Segundo, que a estas alturas del partido -con el aislamiento político de la Casa Blanca y la necesidad de mantener promesas de campaña con su base y el voto bisagra de trabajadores blancos del sector manufacturero- las propuestas inaceptables que EU ha presentado cara a esta ronda 4 de negociaciones (sobre todo en materia de reglas de origen para elevar contenidos estadounidenses y de la inserción de una cláusula de revisión, el llamado “sunset clause”, para reevaluar el TLCAN cada cinco años) buscan de paso sabotear la negociación y provocar que México y/o Canadá sean los que se levanten de la mesa.

Puedo equivocarme, pero dado todo lo que está en riesgo México debe tener listo ya el plan B. Y en paralelo, el gobierno tendría que empezar a hacer de manera escalonada e incremental lo que indicó que haría: vincular en una estrategia de palanqueo y presión todos los temas de la agenda bilateral, y hacerlo antes de que Trump torpedee el TLCAN.

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