Hay muchas cosas que se extrañan cuando las circunstancias de vida nos obligan a cambiar por una o más razones. Estamos a un par de semanas de que se cumpla un año de iniciar este aislamiento social por la llegada, un poco antes, de la pandemia a nuestro país y la cual ha trastocado tantas sanas actividades que solíamos realizar antes de la misma, sin demérito de muchas otras que hemos aprendido para nuestro bienestar y para replantear muchas necesidades que hoy ya no son tales.

No ha sido sencillo buscar atemperar algunos de los daños colaterales por la falta de convivencia que sufrimos desde los niños pequeños hasta los adultos mayores, así como los procesos de defensa ante múltiples adversidades que aquejan a la gran mayoría de grupos sociales, sin que podamos vislumbrar un panorama más amable en este mundo que día a día sigue caminando sin que podamos nosotros construir una narrativa con la claridad que tanto necesitamos para convertir los fracasos en mejores oportunidades y, por supuesto, nosotros caminar de nuevo con soltura en nuestra vida.

Estamos también a unas semanas de que dé inicio la primavera, y al igual que el año anterior no se ven tantos ánimos de celebrarle como corresponde. Tan solo escucho en la mayoría la referencia de días más calurosos y predicciones sobre la temperatura  que asumen se elevará considerablemente durante los próximos meses. Estos días previos eran siempre una buena oportunidad para realizar actividades al aire libre y en otros años cuando se podía viajar con mucha mayor seguridad que en la actualidad, ir de campamento en días cálidos con tardes y noches frescas, lo que brindaba siempre un espacio para reconfortar esos testimonios de nómadas que fuimos y que se van perdiendo en nuestro ADN al ser parte tan solo de núcleos de población que habitamos estrictamente las zonas urbanas.

Recuerdo lo emocionante que era ir con amigos y llegar cerca de algún lago y buscar bajo la protección de algunos árboles un espacio para levantar un casa de campaña y programar una serie de actividades en un fin de semana que iniciaba la tarde de viernes y concluía la mañana del domingo. Antes de que el sol se despidiera era indispensable tener el campamento listo con alguna dotación de leña para preparar una fogata controlada con los cuidados necesarios y poder pasar una primera noche acostumbrándonos a la aparente soledad del lugar que intentábamos conocer lo que la luz nos permitía antes de marcharse a la velocidad de la primera tarde. Previo a cenar y disfrutar de una amena convivencia, preparábamos unas viejas cañas de pescar para acudir con ilusión al amanecer, con la esperanza de atrapar algún pez que se pudiera comer. Sin embargo, casi siempre cuando algún despistado mordía el anzuelo, eran ejemplares pequeños que terminábamos por devolver al agua.

Pero también optábamos por salir a caminar y aventurarnos en la zona para establecer un reencuentro con nuestros instintos y disfrutar de ese mundo tan diferente al que vivimos especialmente hoy día. Tiempo después, con un poco más de conocimiento y herramientas, solíamos buscar más contacto con fauna, por la noche observando el firmamento y tratando de aprender  a conocer y reconocer los ruidos y sonidos de los lugares que hubiera querido visitar más veces, ya que caminar, moverse, desempolva la creatividad y es un buen remedio contra la frustración.

No solamente ocurre con las personas, las empresas, los proyectos, los sueños y las soluciones requieren de recorrer la vereda de lo cotidiano para combatir esta inmovilidad que aún, desafortunadamente sigue presente en muchas de nuestras actividades productivas. Anhelo ver y descubrir de nuevo para todos días de esos y caminar sonriendo de nuevo, en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

Twitter: @GerardoProal

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