Poner un pie fuera de la cama es ya un intento de por sí difícil en época de invierno. El ambiente fuera de la tibieza de las sábanas y del cuerpo envuelto por su propio calor, se vuelve difícil de equiparar con la ropa que sólo cubre, pero no abriga.

Sin embargo me levanto. Me desprendo de la pijama y me despido del olor de mi cama. Me visto con ropa deportiva y salgo de casa para una caminata que me permita respirar. Llego al lugar de siempre, al que recurro en momentos de suma ansiedad, establezco un ejercicio de calma para poder pensar, mientras el aire frío que acompaña la salida del sol entra por mis pulmones y entumece mis dedos. Siempre pierdo la cuenta del número de vueltas que doy a la pista. En automático camino aumentando el ritmo, al mismo tiempo que mis pensamientos aceleran la velocidad de las ideas. De pronto, en una abrupta interrupción de mi ensimismamiento volteo a mi alrededor y me doy cuenta que todos los que estamos en la pista caminamos en círculos infinitos.

Pareciera que nos perseguimos unos a otros, y somos la continuidad del trazo que dibujó el de adelante mientras que los de atrás se convierten en la línea que completa el movimiento.

Pareciera que nos perseguimos unos a otros y a veces somos rebasados, y otras, con un poco más de esfuerzo, logramos pasar al que iba delante nuestro. Y así sucesivamente...

Así vamos todos, siguiendo un mismo patrón, a intervalos de tiempo, de ritmo, de esfuerzo.

Después de siete años volví a la misma pista donde reconozco las caras de muchos. Pero no somos los mismos; todos hemos envejecido, nos hemos hecho más grandes, estamos más cansados. Nosotros sólo caminamos.

Pero hay quienes se convirtieron en profesionales y su ritmo es continuo; ellos corren midiendo el tiempo que tardan en cada vuelta, preparan sus cuerpos y sus mentes para aumentar su resistencia, su velocidad, su rendimiento total.

Sin embargo, este continuo transitar en círculos pareciera que se convierte en una forma de vida en la que todos perseguimos algo: en diferentes momentos, con diferente ritmo y velocidad, con diferente nivel de entrenamiento, y a veces con la ropa más pesada o el calzado inadecuado, por lo que nos cansaremos más. Pero en la pista también existen los atrevidos, los que no siguen la misma dirección y deciden circular en sentido contrario. A ellos todos los ven con ojos de extrañeza, se preguntan por qué van en contra y no siguen el flujo de todos los demás. Se nos ha adoctrinado para no ir en oposición de las normas, hemos sido domesticados por las convenciones y las reglas, por lo que un atrevimiento se convierte en desafío. Pero ellos, a pesar de las miradas inquisidoras, siguen su camino a contraflujo.

Todos los días (en alguna pista) hacemos el mismo intento: 
para entrar en calor a pesar del frío que nos invade, 
y mantener activos los cuerpos quietos, 
contagiarnos del esfuerzo de los otros, 
y competir en la misma pista en la que todos damos vueltas.

Twitter @CDomesticada
Piedad es artista visual con maestría en Diseño e Innovación en 
Espacios Públicos. Actualmente 
es profesor de cátedra en el Tec 
de Monterrey campus Querétaro.

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