He escuchado, cada vez con más frecuencia, que no vivimos en una época de cambio, sino que vivimos un cambio de época. Sí, una época donde es más llamativo tener y no ser, donde esgrimimos argumentos vociferantes contra el capitalismo, pero mantenemos nuestra actitud consumista en las plazas comerciales los fines de semanas, una época donde se encumbra o hunde públicamente a las personas a través de medios electrónicos pero otorgamos poco o nulo valor a quienes aportan a la ciencia, a las artes o al mejoramiento de la condición humana en lo general.

Pero dejando a un lado esta interpretación personal, De Souza (1999), uno de los primeros investigadores sociales en utilizar el término, identificó a finales del siglo pasado, al cambio de época como ese   “... momento de la historia de la humanidad en que las características de la época histórica vigente están en deterioro irreversible y sus consecuencias para el desarrollo están bajo cuestionamiento inexorable por parte de la mayoría de las sociedades ...”. Pero sin tantas palabras, ¿qué es todo esto y por qué lo refiero en esta colaboración?, pues porque fiel al momento de reflexión semanal que procuro a mis dos o tres lectores asiduos, lanzo la pregunta posterior, quizá más retórica que buscando una respuesta, ¿qué tan listos estamos?.
Qué tan listos estamos para: convivir con jóvenes que viven a través de sus teléfonos móviles, utilizar modelos de negocios en donde ya no se busca ser dueño de un bien o servicio, más bien éste se renta o utiliza temporalmente.

Qué tan listos estamos a nuevos modelos de inclusión laboral, al uso exhaustivo de la tecnología colaborativa que rompe barreras y acerca nuevos riesgos a los entornos productivos; qué tan listos estamos para configurar nuestro siguiente auto, entrevista o negocio enteramente desde una herramienta de cómputo móvil; o mejor aún, qué tan listos estamos para interactuar con asistentes personales domésticos o industriales, por no llamarles robots con inteligencia artificial suficiente para anticiparse a nuestras necesidades, gustos y velar incluso por nuestra salud y seguridad; qué tan listos, por último, estaríamos para vivir con sensores dentro de nuestro cuerpo, que continuamente estén enviando señales y registrando datos de nuestro “estado” físico y subiendo información a la nube para diagnosticar o prevenir enfermedades.

Quizá suenen un poco futuristas estas preguntas, pero en realidad muchas de estas situaciones ya son una realidad y solo unas pocas están a punto de serlo.

En esta nueva época los modelos de enseñanza y aprendizaje, por ejemplo, no sólo deben ser efectivos (generando habilidades para la vida y la nueva convivencia humanas), sino que además deben ser eficientes tanto para quien otorga el servicio (gobierno o iniciativa privada) como para quien lo recibe desde el punto de vista de costo beneficio versus oportunidades de desarrollo personal, profesional y laboral en el mediano y largo plazo.

Para concluir, el preocuparnos por este cambio de época no debe ser una fuente adicional de inquietud o estrés, más bien es una invitación a siempre estar alerta, a no dejarnos llevar por la tranquilidad -y a veces pasividad- que otorga la zona de confort a la que accedemos cuando de manera habitual realizamos un trabajo, vivimos en un entorno o llevamos una relación. Estar siempre atentos y consientes de nuestras propias limitaciones es el primer paso para mantenerse listo para esta y cualquier época.

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