Querétaro, barca barroca que navega en mar de historia, desde estas páginas te saludo.

En el artículo de la semana pasada decía acerca de la fuente que ya fue restaurada en el lejano 1967. Según noticias extraídas de dos rotativos, hay deseos de hacer una megaplaza, considerando que “la calle divide en dos la plaza…”

Esto me motivó a mirar algunas litografías de época y aun cuando no lo veo así, seguramente estoy en un error, de acuerdo a los cánones actuales de arquitectura, tanto de construcción como del paisaje.

No puedo menos que considerar que ese entorno era muy diferente cuando llegó el agua potable a nuestra ciudad en 1735.

Por principio, la fuente aludida no tenía a San Francisco de Asís, sino a la Virgen del Pilar; las placas resultaban más legibles que ahora (lo que es el daño ambiental); el león de Castilla mostraba cierta belleza que supo imprimir su escultor y lo más pintoresco: la calle estaba empedrada, lo que no era una novedad en 1967, mas en aquel lejano siglo XVIII sí que lo era, pues por instancia e insistencia del regidor Pedro Antonio Septién Montero y Austri se llevó a cabo el empedrado de las calles y banquetas con su guarnición en toda, o casi toda la ciudad, según podemos leer en documentos alusivos, lo que se hizo aprovechando la división por cuarteles señalada en la Reformas Borbónicas, sin embargo, aun cuando había algunos ‘puestos’ ofreciendo productos de consumo diario, no había mercado ahí; éste aparecería posteriormente.

Su fuente ostenta una característica muy singular: el vaso surtidor es de bronce negro, derrama su líquido cristalino de forma cantarina, pues las gotas que poco a poco caen son una sinfonía de vida que reluce al sol y risueña se une en el mar inferior, cuyo continente de cantera abarca su totalidad; pequeña inmensidad que bien mirada puede fungir como complementariedad de la plaza. Con toda intención fue hecha cargada al meridión, como si de ahí dependiese el trazo de la plazuela, lo que no es así pues había que dejar libre el paso hacia el interior del templo principal del convento de San Buenaventura de Propaganda Fide, según distintas ocasiones.

Frente a la Plazuela de La Cruz estaba el cementerio, rodeado de tapia alta, no se fueran a salir los difuntos, conformando un ‘todo’ templo, atrio y panteón, según podemos apreciar en la litografía.

Ese era el Querétaro de nuestros bisabuelos: calles musicales, porque el rodar de las carretas, o el paso lento de los cuacos para evitar algún resbalón, hacían la tranquilidad, sobre todo cuando pardeaba el sol.

Ése era el Querétaro bello, que como niña que se envuelve en la gasa rosa del atardecer, duerme sueño rosa en lecho de cantera rosa, en este libro abierto a la eternidad: Santiago de Querétaro.

Finalmente una observación: la cantera de nuestras calles es un material pétreo, recurso natural no renovable. Resultaría mejor levantar el adoquín para reutilizarlo que despedazarlo.

Sean fructíferos para los queretanos, tanto de nacimiento como de adopción, los días venideros.

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