En 1929, Jorge Luis Borges publicó el poema “Antes la luz”. El protagonista es un hombre que espera tomando mate a que el día comience, para salir a la calle. En casa se siente extraño. Su cuerpo sufre. Ya no tiene amigos:

“Afuera, la mañana le depara / su ilusión habitual de que algo empieza / y los pregones de los vendedores. / En vano el hombre inútil dobla esquinas / y pasajes y trata de perderse. / Ve con aprobación las casas nuevas, / algo, tal vez el viento sur, lo anima. / Cruza Rivera, que hoy le dicen Córdoba, / y no recuerda que hace muchos años / que sus pasos la eluden. Dos, tres cuadras. / Reconoce una larga balaustrada, / los redondeles de un balcón de fierro, / una tapia erizada de pedazos / de vidrio. Nada más. Todo ha cambiado. / Tropieza en una acera. Oye la burla / de unos muchachos. No los toma en cuenta. / Ahora está caminado más despacio”.

La mayor parte de los seres humanos vivimos en ciudades, tenemos domicilios en calles con nombre de próceres, nombres cuyo origen es la topografía, o que subrayan su propia importancia (Gran Vía, Broadway). De niños, crecemos sintiendo que ese espacio nos define, de jóvenes creemos que nos pertenece.

De viejos, caminamos por las calles de nuestro pasado reconociendo edificios y colocando sobre su fachada rótulos imaginarios, explicaciones íntimas que no hacen sino aumentar la nostalgia: ésta era la casa de mis tíos, allá estaba la botica donde mi madre compraba mi jarabe, aquí, en el café que ya no existe, se reunían mis compañeros de secundaria.

En el poemario “Trilce”, escribió César Vallejo: “Rumbé sin novedad por la veteada calle / que yo me sé. Todo sin novedad, / de veras. Y fondeé hacia cosas así, / y fui pasado. / Doblé la calle por la que raras / veces se pasa con bien, salida / heroica por la herida de aquella / esquina viva, nada a medias”.

Algunas calles fueron trazadas por la naturaleza. Carlos Arvizu García, doctor en urbanismo, afirmaba que el plano de Santiago de Querétaro había sido definido por las bestias. A mediados del siglo XVI, se respetó el camino de las vacas y los caballos que llegaron con los colonizadores. En el traspatio de casonas y conventos había ganado que salía por las mañanas a tomar agua del río, recorriendo sus trayectos habituales, que después definieron a los espacios urbanos.

Hoy en día, la ciudad de Madrid ve atravesar, un domingo cada otoño, a miles de ovejas que son conducidas por pastores en la Fiesta de la Trashumancia. Desde hace siglos, los responsables del ganado pagan un impuesto por el derecho de paso por las cañadas. El ceremonial incluye la llegada de las ovejas a la Plaza de la Villa de Madrid, la entrega de una bolsa de maravedíes a la autoridad municipal y el recorrido por la Calle Mayor, la Puerta del Sol y la calle de Alcalá. Los especímenes, que ofrecen su lana a los productores de prendas invernales, van de Castilla y León hacia Extremadura en otoño y al contrario en primavera.

También el agua marca los caminos. Las avenidas toman su nombre de las venidas de aguas de lluvia o la impetuosa creciente de un arroyo. Las avenidas tienen dos sentidos de circulación y las calles tienen sentido único para el tráfico.

Las calles de Nueva York son una metáfora de nuestros días: la mirada del visitante sube al cielo para adivinar la escalofriante altura de los edificios. Por la acera caminan los ejecutivos en traje, veloces como sus piernas, hablando por teléfono y tomando café en vasos desechables. A su lado, vagabundos de mirada perdida buscan un callejón para inyectarse heroína. En cientos de oficinas a menos de un kilómetro se realizan transacciones de millones de dólares. El arte más caro de la historia se exhibe en los museos.

En un mundo de contrastes, la ciudad es el espacio más contrastante. Nos dolería conocer la tragedia de la mujer indígena que no tiene fuerzas para pedir caridad de pie. Tiene que sentarse en el suelo para remarcar su condición de marginada. No tenemos tiempo de escucharla, ni siquiera de mirarla bien. Nuestra prisa nos lleva de una cita a otra con los minutos contados.

No es hasta que un estudiante de cine llega a esa calle, entrevista a esa señora y enfoca su rostro, que conocemos su situación. Entonces ya tenemos tiempo para conmovernos, mientras vemos el documental desde la comodidad de un sofá.

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