El Fideicomiso de Morena, creado para apoyar a los damnificados del sismo de 2017, ha detonado nuestras indefiniciones políticas, y ha exhibido nuevas realidades.

Al margen de consideraciones jurídicas, la multa a Morena proyectó al INE como una institución con autoridad y con independencia. Sin embargo, puso en evidencia que la ley ha reducido a los partidos políticos al rol limitativo de maquinarias electorales.

Morena fue multado por transgredir ciertas restricciones que limitan su operatividad. Una intención filantrópica, con un mal resultado.

Hace pocos años, los partidos eran institutos políticos, que tenían infraestructura para generar proyectos, organizar actividades de impacto y beneficio social, proponer a través de sus legisladores políticas públicas. Eran organismos públicos que interactuaban con la sociedad.

Los malos manejos financieros y la desconfianza generaron regulaciones que pretenden controlar el uso de los grandes presupuestos.

No obstante, los partidos han perdido cercanía con la sociedad, viven una crisis tal que las elecciones ya no las ganan los partidos, sino los candidatos.

En las pasadas elecciones vivimos el triunfo personal de Andrés Manuel López Obrador, que arrasó y convirtió en ganadores a todos los candidatos que estaban vinculados con él. Morena fungió como una marca que facilitaba esa vinculación mental. Mientras el PRI se convirtió en un lastre que restaba votos.

No sobra preguntarnos qué tipo de democracia queremos: personalizada y con riesgos de frivolización, donde arrasan individuos que ni proyecto ni propuesta política tienen —como los actores y deportistas—; o regresar a la institucionalidad de los partidos políticos como organismos que dan certidumbre y rumbo político.

Un proyecto de país no se puede construir con la pluralidad y pulverización de las ideas de individuos que solo resuelven el presente de su cargo, pero no dan continuidad, que partirán de cero, y actuarán de acuerdo con sus propias ideas, intereses y prioridades.

Es necesario refundar los partidos a partir de una identidad y permita que sus militantes se aglutinen con disciplina a su rededor, para construir proyectos políticos sólidos, robustos y con rumbo. Para darles espacios de gestión, habría que replantear la ley electoral.

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