Alejandra Pizarnik nació en 1936. Estudió pintura, filosofía y letras en Buenos Aires; más tarde vivió en París, donde fue traductora de editoriales y publicó poemas y críticas de arte. En La Sorbona, estudió historia de la religión y literatura francesa. En pleno siglo XX, se consideraba que las mujeres con esta sed de conocimiento eran brujas.

Un brujo es un ser sabio; una bruja es un ser malvado. Prepara brebajes que dañan a sus víctimas, participa en aquelarres, se sale de la norma. Pizarnik expresa su sentir en el poema “Peregrinaje”: “He llamado al viento, / le confié mi ser. // Pero un pájaro muerto / vuela hacia la desesperanza / en medio de la música / cuando brujas y flores / cortan la mano de la bruma”.

Mis tíos abuelos, al inicio del siglo XX, vivían en un rancho custodiado por unos cerros soberbios con acantilados, como gigantes protectores del valle. Me contaban que, a mitad de la negrura de la noche, bolas de fuego saltaban en las lomas. Para ellos, eran brujas.

No había otra explicación.

Hace un siglo, el campo mexicano carecía de luz eléctrica. Entonces, la inmensidad del cielo soleado se convertía en un firmamento de estrellas. Los astrónomos se sentían atraídos por estos cuerpos celestes, los astrólogos les adjudicaban poder sobre el destino de la humanidad. Los hombres sencillos, como mis antepasados, hablaban de embrujos.

La narrativa de la brujería llegó a América con la conquista. A lo largo del siglo XVI, hubo cacerías de brujas en Europa; la Inquisición persiguió a mujeres que ejercieran el oficio de partera o tuvieran conocimientos de herbolaria.

Ethel Ortiz, escritora de mi taller, es una apasionada defensora de los árboles. Participa en una cruzada contra el heno motita, una plaga que se adhiere a los mezquites y otras especies, a lo largo y ancho del continente americano. Este vegetal, de la familia Bromeliaceae, se reproduce por esporas, vuela por los aires, se pega a los árboles, los seca y los mata. El heno motita tiene un sistema radicular aéreo, parece una flor de color gris, cuyos pétalos le dan apariencia de medusa.

Los voluntarios dedican horas a sanar los ejemplares dañados: detectan los árboles enfermos, retiran las borlas, rocían los troncos con un líquido que elimina la plaga y talan ramas afectadas.

Es curioso que la gente llame bruja a este heno. Como es un ser dañino y está vivo, es una bruja. En algunos mitos antiguos, las brujas son aves: dueñas del aire, son libres, desafían las fuerzas de la naturaleza. Los cuentos de terror, desde hace un milenio, tienen brujas como antagonistas de los personajes buenos.

Alberto Ruy Sánchez, escritor consagrado, publicó la novela El expediente Ajmátova, donde explora la vida y obra de la poeta perseguida por Stalin. Dice: “Desde que la vi me di cuenta de que estaba cayendo en su hechizo. Algo de su inteligencia osada pero precavida afloraba en sus movimientos. Eran lentos y precisos. Su perfil, poco común, la distinguía de las bellas simples y de las feas. Ella era aparte en todo y te hacía sentirlo”.

Anna Ajmátova, Alejandra Pizarnik y otras escritoras inteligentes vieron sus libros publicados. Muy diferente fue el destino de las mujeres de Salem cuyos cuerpos inertes pendieron del cadalso de la intolerancia.

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