A dos años de distancia, privan la soledad y el resentimiento en el movimiento que llevó al presidente López Obrador al poder. Es como si el rebaño no reconociera a su pastor: quienes acompañaron por muchos años en su lucha a Andrés Manuel, han perdido contacto con él, sólo sienten el rigor de sus medidas y el frío de su trato. Encima lo ven defender lo indefendible y defender a los indefendibles. Los ideales que persiguieron juntos están arrumbados y se han suplido con pragmáticas decisiones que parecen una copia fiel de todo aquello que rechazaron. Y los aliados de hoy resultan ser los enemigos de antes.

Es como si el líder hubiera roto los vasos comunicantes con sus más fieles seguidores. Funcionarios del gobierno que quisieron su bendición para buscar un cargo de elección popular en el 2021 pidieron cita y no se las concedió. Les mandaba decir con su secretaria o uno de sus hombres de confianza que hicieran lo que su conciencia les dictara. Lo que puede leerse como una señal de sana distancia entre el presidente y el partido, fue también un golpe a quienes quieren una guía política y no les bastan dos horas de mañanera. Y entonces hablan de ingratitud, de abandono, de sequía, de una burbuja que siempre aísla a los presidentes.

Y entonces hablan de lo fácil que es aplicar los recortes al sueldo y las rebajas al aguinaldo cuando se vive en un Palacio que no cuesta, se maneja un coche que no cuesta, no se paga por comida ni por luz, agua ni gas. La austeridad es más fácil cuando no hay gastos. Y entonces crece el resentimiento y se agrieta el movimiento. Tiemblan las lealtades y la semilla del enojo empieza a buscar salidas.

Este estilo personal de gobernar del presidente Andrés Manuel López Obrador tiene consecuencias políticas para su partido, Morena. Si éstas son capitalizadas por la oposición —que para suerte del presidente, parece aún desorganizada y dando tumbos— puede convertirse en un riesgo para su misión de conservar la mayoría en el Congreso en las elecciones del 2021.

En cualquier partido o gobierno, cuando las cosas salen bien, cuando hay triunfos y éxitos, sanan rápido los raspones y las diferencias quedan superadas en la borrachera de la gloria. El problema es cuando no hay nada qué presumir. Cuando la pandemia llega a 100 mil muertes y se dijo que serían 6 mil. Cuando la economía se derrumba 10% y se dijo que habría crecimiento de 6%. Cuando la inseguridad alcanza récord dos años después y se había prometido que desde el primer día se sentiría paz. Cuando la imponente bandera de la corrupción que se enarboló en la campaña es hoy un trapo raído por paquetes con efectivo, casas, empresas, contratos. Y frente a la debacle, frente a las crisis, la única prioridad del líder es él mismo.

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