Frecuentemente nos pasa a los que trabajamos en la academia que nuestros amigos nos cuestionen la pertinencia de nuestro trabajo de investigación. Nos preguntan qué utilidad práctica tiene hacer experimentos en el laboratorio, para qué sirve generar conocimiento nuevo si no se aplica inmediatamente, o qué ganamos como sociedad manteniendo a un grupo de académicos cuyo mayor logro es publicar en revistas científicas muy especializadas que (casi) nadie lee. La respuesta que damos casi nunca es satisfactoria, ni para quien pregunta, ni para quien responde, principalmente porque nos pone a dudar de si estamos dando la respuesta correcta. Esto es aún más crítico para quienes nos dedicamos a la investigación en ingeniería. Sin embargo, en este texto trataré de ofrecer algunos argumentos que tratan de responder la cuestión.

En la Unidad Académica Juriquilla del Instituto de Ingeniería de la UNAM (UAJ-II) investigamos sobre nuevas tecnologías para dar tratamiento a los residuos orgánicos y aprovecharlos al máximo. Tal es el caso de los plásticos biodegradables que pueden ser obtenidos “cosechando” los polímeros intracelulares que son producidos por algunas bacterias cuando son alimentadas de forma controlada con agua residual. También es el caso de la producción de bio-hidrógeno –el combustible del futuro–, cuando otro tipo de bacterias aprovechan los residuos orgánicos para producirlo y al mismo tiempo “limpiar” el agua residual con las que se les alimenta, produciendo también un agua de “desecho” rica en compuestos orgánicos que son el “alimento” preferido de los productores de bio-plásticos.

En ambos casos de estudio, en la UAJ-II trabajamos expertos de varias áreas del conocimiento, desde microbiólogos y bioquímicos hasta ingenieros de proceso, eléctricos y de control. Complementamos nuestras áreas de expertitud para estudiar los fenómenos básicos de las bio-transformaciones involucradas, la ecología microbiana y la optimización de la operación del proceso, incluyendo la perspectiva de los sistemas dinámicos para proponer soluciones que usan el control automático y una instrumentación novedosa. Pero las preguntas siguen en el aire: ¿hacer todo eso es necesario?, ¿por qué no se aplica lo que se sabe y ya?, ¿para qué tanto brinco estando el suelo tan parejo?

Ejemplifiquemos aún más con la producción de bio-polímeros. Iniciamos revisando lo que otros antes que nosotros ya han hecho. Para ello vemos lo que se ha publicado en revistas científicas, y nos surgen ideas de cómo mejorar el proceso, qué hace falta por hacer, qué preguntas todavía no han sido respondidas y finalmente qué de lo que hagamos podremos publicar en alguna revista científica de prestigio (ni modo, así es el sistema). Montamos un biorreactor donde hacer experimentos, montamos técnicas de medición, ponemos a alumnos a trabajar en ello (los dirigimos), y observamos y analizamos los resultados. Al mismo tiempo, planteamos un modelo matemático del proceso, lo calibramos con los datos experimentales y éste después lo usamos para hacer simulaciones numéricas que nos dan más información y conocimiento. A lo mejor también tuvimos que diseñar e implementar un novedoso dispositivo de medición de alguna variable del proceso. Con esto le diseñamos un controlador automático avanzado, que requirió antes que su estabilidad y robustez fueran “demostradas” usando matemáticas muy avanzadas y decenas de horas de cálculos y simulaciones numéricas (lo hace algún otro estudiante de posgrado). Lo probamos en el biorreactor experimental (otro estudiante participó en esto) y… ¡funciona! Finalmente, tenemos varios resultados que contribuyen al conocimiento del proceso y que además podemos publicar en revistas científicas y presentar en congresos académicos. También en el camino formamos “recursos humanos altamente especializados”.

Esto parece una microhistoria de éxito, pero todavía no terminamos. La decepción viene cuando se lo platicamos al amigo y nos hace la pregunta: “¿y cuándo lo vamos a ver en gran escala?” (A veces, si el amigo es bien sincero, además nos dice: “¿en esto se van mis impuestos?”). Entonces le damos la respuesta que también nos pone a dudar: “bueno, es que todavía hay que afinar detalles para que se logre la transferencia tecnológica hacia la industria”, y nos guardamos la otra respuesta, y es que desafortunadamente en nuestro país esta transferencia de tecnología se da muy esporádicamente, ya sea por la corrupción, por la falta de incentivos, o simplemente porque no existe esa cultura (mientras que en China en 2013 se registraron más de 650 mil patentes, en México tan solo fueron 15 mil). Sin embargo, la verdadera respuesta es que no todo lo estudiado por los científicos es aplicable, ni directa, ni inmediatamente.

El conocimiento científico y la investigación básica y aplicada son como llaves que permiten abrir puertas que están cerradas y así pasar a un cuarto desconocido aún; muchas veces estas puertas están a la vista, pero otras hay que buscarlas. No se puede pretender que toda investigación redunde en una aplicación, pero sí debe esperarse que alguna de ellas (que se alimenta y nutre de otras) lo haga en algún momento. Una visión de largo plazo es lo que se requiere para que este modelo de persistencia por los científicos y paciencia por parte de los empresarios sea exitoso.

Así que respondiendo a la última pregunta al final del tercer párrafo, aun viendo el suelo parejo, los científicos brincamos mucho, porque sabemos que no lo es tanto, y que si brincamos de forma ordenada y persistente, a veces lograremos romper el piso y pasar a otro nivel. Si la industria se une a nuestros brincos (o nos indica bien donde conviene brincar), lo lograremos en mucho menor tiempo y con mayor frecuencia.

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