En Caracas, en tiempos de crisis, a la entrada de uno de  los barrios más pobres: Bienvenida, clase media”. Eduardo Galeano

Mucho se ha escrito con relación al sermón del viernes pasado donde el presidente López Obrador arengó contra las clases medias, perversas y ambiciosas por definición. La realidad es otra; López Obrador no hubiera podido llegar al poder sin el apoyo de las clases medias, hartas de la corrupción, la simulación y la violencia.

El Presidente, en su eterno afán de simplificación, habla de las clases medias como si se tratara de un sector unificado y lleno de privilegios; eso es claramente falso. De acuerdo con un estudio realizado por el Inegi, a partir de la Encuesta Nacional de Ingreso Gasto (ENIG 2010), un hogar promedio de clase media sería encabezado por una persona que cuente, al menos, con educación media superior, gaste 4 mil 380 pesos al trimestre en consumir alimentos y bebidas fuera del hogar, tenga computadora, tarjeta de crédito y le abone mil 660 pesos mensuales, esté inserto en el mercado laboral formal y sus hijos asistan a una escuela pública. Es más probable que trabaje en el sector privado que en el público y que utilice créditos de interés social o recursos familiares para adquirir vivienda, por encima de los créditos bancarios.

Si bien los datos no están actualizados, para 2010 se ubicaban en este segmento el 42.4% de los hogares en donde vivía 39.2% de la población del país. Si consideramos los datos del Censo Nacional de Población 2020 para estimar una actualización, para 2020 el 52.07% de los hogares son encabezados por una persona con educación media superior o más y cuenta con computadora e internet. ¿De cuántos hogares estamos hablando? De poco más de 18 millones donde habitan alrededor de 55 millones de personas, el 43.6% de la población.

El discurso simplificador y polarizador del Presidente se enmarca en el contexto de los malos resultados obtenidos en el proceso electoral en la CDMX así como en diversas zonas urbanas del país como Monterrey, Guadalajara, Querétaro, Puebla, Morelia, Hermosillo y Cuernavaca.

Sin embargo, también se descara en términos de la función de los programas sociales.

Si las clases medias son el enemigo, entonces, los cerca de 60 millones de personas que viven bajo la línea de pobreza donde se ubican los entre 8.9 y 9.9 millones que estima Coneval han ingresado a dicho segmento durante su gobierno  son sus aliados; por ello, implementar programas sociales que impliquen el altísimo riesgo de que quienes viven en condición de pobreza se integren al maligno sector de las clases medias sería un error garrafal.

La ecuación, en palabras del Presidente, es clara. Sólo mientras el 49% de la población se mantenga en condiciones de pobreza, podrá mantener el poder. En su mundo, toda persona que lo critique es enemigo; si las clases medias lo cuestionan, eligen el bando contrario.

Gran prejuicio del Presidente quien, supongo, cuenta con una computadora, ha utilizado créditos de interés social o recursos familiares para adquirir vivienda, estudió en escuelas públicas y, seguramente, le abona más de mil 660 pesos mensuales a su tarjeta de crédito. Claro está que mi prejuicio pudiera ser que el Presidente sea parte de la clase media cuando claramente se autoidentifica como fifí, pues viviendo en

Palacio Nacional, resulta difícil creer que se encuentre en situación de pobreza alimentaria.

Twitter: @maeggleton

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