Hace un par de semanas, a propuesta del IEEQ se llevó a cabo el foro Democracia y Redes Sociales para dialogar sobre el libro del mismo título de la autora Marta Peirano en el campus San Juan del Río de la UAQ en donde tuve la fortuna de ser invitado a dialogar. Ofrezco a los lectores una síntesis periodística de mis comentarios vertidos en ese evento:

Es fundamental reconocer que las redes sociales no son una plaza pública, sino espacios controlados por empresas privadas. Esto plantea un problema central: ¿debemos permitir que estas empresas decidan el rumbo de la comunicación y el intercambio de ideas en nuestra sociedad?

Hace miles de años, el ágora en la antigua Grecia era el centro de la democracia, donde el pueblo se reunía para deliberar y discutir sobre los asuntos de la sociedad. Era un espacio de interacción y participación ciudadana. Con la llegada de los medios de comunicación, se esperaba que estos se convirtieran en la nueva plaza pública, pero la comunicación era unidireccional, sin posibilidad de retroalimentación.

Sin embargo, Internet y las redes sociales revolucionaron este modelo al permitir la interacción en múltiples direcciones.

Surgieron múltiples centros de comunicación en lugar de uno solo, creando un “Multiverso de la comunicación”. En ese momento, muchos vimos en estas plataformas el ágora digital, un espacio para el intercambio de ideas que fortalecería la democracia y la conciencia ciudadana.

No obstante, estas utopías democráticas digitales se desvanecieron. Además, surgió un problema: en lugar de un mensaje único y una visión compartida de la realidad, nos encontramos con múltiples versiones de la verdad que a menudo se contraponen. Esto ha llevado a una polarización preocupante y a la aparición de la llamada “postverdad”.

Como recuerda la autora Marta Peirano, el ejemplo emblemático fue la campaña electoral de Donald Trump en 2016, en la que utilizó las redes sociales para difundir noticias falsas y mensajes polarizadores, adaptando su discurso según los usuarios y radicalizando su mensaje sin importar si atacaba los valores democráticos.

En respuesta, los dueños de las redes sociales tomaron decisiones sobre qué se podía o no publicar. Esto plantea un problema mayor, advierte la autora: el ágora digital, esencial para la democracia, queda en manos de tres personas en California que deciden qué información puede llegar a los usuarios. ¿Es correcto que sólo ellos decidan “salvar la democracia”?

Es necesario un debate profundo sobre si es necesaria una regulación de las redes sociales. ¿Debemos dejar que empresas privadas controlen la esfera pública y la libre expresión? Lo ideal es un equilibrio que permita el intercambio de ideas sin perder de vista los principios democráticos. ¿Cómo establecer regulaciones públicas para garantizar una comunicación plural y libre en el ágora digital? Esa es la gran pregunta ahora.

Periodista y sociólogo. @viloja

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