Trump a la mexicana. Lo normal en las democracias establecidas del pasado reciente era que la alternancia de partidos en el poder acaso significara cambios de énfasis en el marco de grandes acuerdos de convivencia nacional y de inserción internacional que no se ponían en cuestión en cada campaña. Hasta 2016 así fue entre demócratas y republicanos en Estados Unidos. Y aquí mismo no hubo mayores sobresaltos en las entregas de la estafeta presidencial entre priístas y panistas, ni entre perredistas y otros partidos en el mando de estados y municipios.

Pero lo que hoy tenemos es la llegada a México de un proceso de descomposición política como el que en Estados Unidos propició la toma de la Casa Blanca por Trump. Afrontamos igualmente el riesgo de opciones disruptivas de los acuerdos básicos de convivencia, como ocurre con el ahora presidente estadunidense. En este sentido, la noticia de hoy sería la confirmación del proyecto de López Obrador de descarrilar los arduos procesos tendientes a responder al reclamo social de desmontar los controles corporativos que mantuvieron por décadas las camarillas sindicales sobre el sistema educativo.

El fenómeno Trump a la mexicana se perfila a partir de al menos tres saldos de esta primera fase de las campañas en curso: 1) un transfuguismo extendido de unas a otras formaciones electorales y la consiguiente pérdida de identidad y sentido de pertenencia y dirección en los partidos, lo que propicia el monopolio unipersonal de sus decisiones; 2) el tráfico de candidaturas a puestos de elección que alimenta esas migraciones entre partidos y; 3) la operación abierta de los ‘bancos de favores’ a través de los cuales, por ejemplo, un candidato obtiene en préstamo el favor de la movilización proselitista de clientelas sindicales, en el entendido de que si el aspirante llega pagará con otros favores en forma de restauración de privilegios y restitución de enclaves de poder y de riqueza.

Tráfico de plazas first. Tomé de La hoguera de las vanidades de Tom Wolfe la figura del ‘banco de favores’, una novela en que aparece un abogado neoyorquino inspirado en un personaje real que le explica a un cliente en apuros la forma en que opera la justicia penal en Estados Unidos. Ese banco es un engranaje oculto, le explica, en que acusados, acusadores, defensores, fiscales, jueces, periodistas, periódicos, cadenas de tele, políticos y líderes sociales y comunitarios hacen (depositan) y reciben (retiran) favores cuidando de mantener saldos en su haber contra los cuales girar a la hora de requerir el siguiente favor.

La principal diferencia con la banca mexicana de favores de las campañas radica en que aquí estas operaciones son públicas e impunes. A la vista de todos, AMLO acude a la camarilla sindical-familiar de la ex líder del SNTE y a las cuadrillas de la CNTE, o (da lo mismo) acuden a él ambos grupos desplazados por la reforma educativa que les quitó control, venta y herencia de plazas. Enseguida los dos agrupamientos aparecen en público otorgando recursos y movilizaciones electorales de sus clientelas a la campaña de Morena. Esto constituiría el ‘préstamo’ del Banco de Favores’ a saldar, si gana AMLO, con el favor de la restauración del poder corporativo de estos grupos. Y así el ‘America first’ de Trump podría quedar en esta escala de la campaña mexicana como la promesa de ‘Tráfico de plazas first’.

Campo de agravios. A falta de una mínima cosecha de ideas para discutir los grandes retos que enfrentará el próximo gobierno, la llamada precampaña se concentró en una competencia entre los autocráticos candidatos de Morena y el PAN-PRD-Ciudadano, por ver quién cultivaba los mayores agravios contra el candidato del PRI. Y ya se decidirá el priísta por diferenciarse de los desplantes fatigados y fatigantes de sus opositores o si coincide con la conclusión del granjero del cartón de ayer de El País, Andrés Rábago, El Roto, en el sentido de que es más rentable cultivar agravios que naranjas… o que cultivar ideas.

Google News