Qué gran artista es el arquitecto Arturo Moreno Negrete,  cuyas fotografías son con enfoques originales y con ángulos jamás tomados antes de los monumentos y casonas de esta prócer ciudad, además de las que captó en sus recorridos de investigación con su hermano Sarbelio.

Por cierto que a éste, el maestro Manuel Septién le criticaba que en sus libros no daba créditos a los autores originales de los textos, mas sin embargo creo que eso fue pecata minuta porque la mayoría de los textos del investigador Sarbelio Moreno Negrete son originales dado el carácter de sus indagaciones sobre conventos, templos y casonas, casi siempre enriquecidos con una descripción ágil y datos tomados de registros públicos de la propiedad y de monumentos artísticos (alias coloniales).

Yo nada más le reprocho a Sarbelio que en la introducción de su gran libro “Querétaro Señorial” haya omitido al sitio de Querétaro como momento relevante de mi ciudad; fuera de eso es grandioso. ¡Qué sería de los libros de Sarbelio sin las fotos del talentoso Arturo!

Llorando en Pisaflores. El entonces gobernador José Calzada Rovirosa tomó como suyo el proyecto del libro sobre “Los caminos de Fray Junípero Serra” y me fui entusiasmado a la ruta juniperiana de 1750, la que va de Zimapán, Pacula, Tilacoo, Landa y Jalpan, aunque tres días y dos noches sólo me alcanzaron para llegar hasta Pacula, Jacala y Chapulhuacán siguiendo la ruta a caballo que hizo el Conde de Sierra Gorda en 1744, aunque para mí que el beato Junípero agarró por Pacula sin dar la vuelta hacia Chapulhuacán en ese primer viaje de 1750, dando ese rodeo después de 1760 cuando llegó hasta Aquismón en espera de que lo mandaran a California, cosa que sucedió hasta 1767.

Llegué a Tilaco vía Pacula en abril de 2013 cuando en ese período de secas el amable José Luis Trejo Altamirano nos alojó en su rancho serrano y atravesamos el río Moctezuma siguiendo la ruta del inmortal mallorquino.

Pero mi alegría se fue convirtiendo en nostalgia cuando divisé a lo lejos Pisaflores —la tierra de don Noradino Rubio— y me di cuenta que no es lo mismo ir con investigadores que con Hiram, Bolívar, Lorenzo o Aníbal Rubio o con Óscar Dorantes y Toño Murúa, y que las enchiladas con cecina no saben igual —por muy bien hechas que estén— que a las que hacía doña Gloria García de Rubio, mamá de Hiram, amén de su exquisito caldo de acamayas.

Cuando caminé por el camino que va de Pisaflores a Agua Zarca Landa de Matamoros me mató “la morriña” al ver dividido y lleno de maquinaria y almacenes mugrosos el rancho que fue de don Hiram Rubio Espinoza de los Monteros, o lo que queda de lo que fue su casa —también dividida— con la alberca de amables recuerdos hecha pedazos y el jardín deshabitado, fantasmal.
Lo que fue la casa de Lorenzo Rubio ahora convertida en una bodega gigantesca de refrescos y cervezas me dio más dolor.  Todas esas moradas donde este armero y placero moró ya desparecieron, al igual que la hermosa gente que un día las habitó, y con ellos se fueron los olores a flores, escamoles, bocoles, elotes, zacahuil, enchiladas huastecas, cecina, acamayas a la mantequilla etc. Lo único que observé mejoradas fueron las casas de Pancenio Rubio Ortega, la de Carlos Olvera y Gloria Rubio e intacta lo que fue la morada de don Noradino Rubio Ortiz, eso sí, con nuevo dueño.

Los fantasmas de un hermoso pasado y la intensa neblina acompañada de una fina lluvia —de la que llaman moja pendejos— me hicieron llorar y decidí regresar a Jacala  a rumiar mi rabia por lo breve que es la vida. “No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca, jamás,  sucedió”.

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