Nunca dejó de sorprender el crédito histórico, por 50 mil millones de dólares, que el Fondo Monetario Internacional (FMI) otorgó a Argentina en junio pasado para atender su emergencia económica. Con ese crédito se acordó, por ambas partes, un programa de estabilización económica, enfocado en la reducción del déficit fiscal, es decir, reducción del gasto y aumento del ingreso público.

El FMI, aparentemente dolido por la pérdida de credibilidad en el programa de ajuste de Grecia, creyó que un ajuste económico gradual y no de golpe era lo apropiado y no exigió al presidente Mauricio Macri un programa más radical. Sin embargo, ese programa, entre otras cosas, desestimó que la Reserva Federal estadounidense sigue aumentando su tasa de interés y que esto siempre es una presión contra los países emergentes. Eso hace que cualquier programa de ajuste tenga que ser más rápido en la búsqueda de sus metas.

El programa original de junio pasado contempló un aterrizaje suave de un déficit fiscal en 2017 de 6.5% del Producto Interno Bruto (PIB), a 3.8% en 2019. Esto es hoy demasiado alto para un programa de tal tamaño. Por un lado, el monto del crédito del FMI de 50 mil millones (sin precedente) subrayaba la emergencia. Y por el otro lado, el gradualismo del ajuste la desmentía.

Así, el mercado, cada vez más convencido de que el ciclo económico actual desfavorece a las economías emergentes, sólo tenía que observar posibles inconsistencias o errores en la ejecución de ese programa, para decidir si mantenía su confianza en la deuda argentina o buscaba refugio en el dólar.

Un primer error había sido en diciembre pasado el anuncio por el banco central de que posponía el logro de su meta de inflación de 5% para 2020. Luego, en enero, anunció la reducción de su tasa de interés a 28%.

Aunque medidas aisladas sobre una menor tasa de interés o el diferimiento de la meta de inflación si ésta es irrealista pudieran tener sentido en forma aislada, resultaban incompatibles para el ambiente que el presidente Macri había tratado de crear, de un gran entendimiento con los mercados financieros. Hoy la tasa de interés del banco central es de 60%.

Precisamente por eso el gobierno se atrevió a emitir en junio de 2017 un bono a 100 años con un cupón de 7.1% anual, en un acto que parecía de machismo financiero, pero que tenía el simbolismo de esta nueva etapa de relación con el mercado. Esto reafirmó la confianza que el mercado financiero global tenía en la nueva política económica argentina, y de ahí la popularidad que tuvo el país como destino para la inversión extranjera.

Lo gradualista del programa de ajuste de junio pasado se observa en la lenta meta de reducir la inflación y la también lenta reducción de su déficit presupuestal primario (sin incluir el costo del servicio de la deuda pública). Aunque un programa gradualista se justificaría por el alto desempleo y la frágil situación social, lo gradual también demostraba una falta de entendimiento de los sentimientos en el mercado.

Es casi inevitable, a la fecha en que escribo esta colaboración, que Argentina intentará ahora sí un ajuste radical. Irónicamente, el gobierno electo en diciembre de 2015 quiso evitar lo radical, optando por lo gradual. Hoy, tres años demasiado tarde, lo intentará en condiciones globales mucho más difíciles, lo que hace que sus metas difícilmente se cumplirán.

Lo que hasta el lunes anunció el gobierno, consistente en un impuesto sobre las exportaciones, muy probablemente resultará insuficiente para enfrentar los costos de la mayor tasa de interés y el desempleo.

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