Desde tiempos inmemoriales, cuando nuestros más lejanos ancestros comenzaron a dejar testimonios de su paso en vida por este planeta, solían mirar con mayor insistencia y frecuencia que como lo hacemos en la actualidad hacia el cielo nocturno. Por un lado la ciencia, la agricultura, las religiones y por otro la mitología y la astrología, tan solo por citar algunas de las múltiples vinculaciones que los seres humanos hemos establecido con los astros, los planetas y los satélites. Varias de las antiguas civilizaciones se encuentran estrechamente vinculadas con las figuras de las deidades que asignaron particularmente al sol y a la luna. Muchas han dejado testimonio de un importante avance en el estudio de la astronomía y todo aquello que tiene que ver o influye la vida misma de pueblos enteros.

Es sorprendente la precisión en la cultura Maya con el equinoccio que escenifica en un juego de luz y sombra, el descenso de Kukulkán en el castillo de Chichen Itzá, una muestra del dominio de las matemáticas y la astronomía. Reconocer hoy la importancia del sol para la vida en nuestro planeta es mucho más simple que antaño. Sin embargo, si acariciamos la idea de que el ser humano ha aprendido por experiencia propia a lo largo de generaciones, la primera condición debió ser la enorme capacidad de observación y registro de acontecimientos y eventos para poder ir concluyendo mucho de lo que hoy conocemos.

En Mesoamérica, algunas de las culturas prehispánicas como los mexicas, honraban la luna por su mayor representatividad gracias a su dinámica que, en su proporción, es mayor para el observador que el resto de cuerpos celestes, incluido el propio sol. La luna es vinculada en  temas como la agricultura, la marea, la fertilidad, la vida y la muerte, etcétera. Destaco los ciclos lunares, pues son más recurrentes que cualquier otro que observamos en el cielo nocturno y junto con ello, el impacto que la luna ha tenido en la diversidad cultural a lo largo de la historia de la humanidad, ha sido mucho más prolífico. La explicación es sencilla, la luna siempre es observable salvo en su faceta de “nueva”, cuando la sombra de nuestro planeta la oculta a nuestros ojos. Ahí está, un poco más a la mano que cualquier otro elemento más allá de nuestra atmósfera. Eso le permite inspirar a científicos, artistas y a cualquier mortal que sucumbe ante su innegable belleza.

Tal vez por ello, hace cincuenta y nueve años, que se llevara a cabo el inicio del programa Apolo, a través de la NASA, la Administración Nacional de la Aeronáutica y el Espacio en español, se vivieron en los avatares de la propia Guerra Fría y, correspondió a los americanos, ser los primeros  en pisar la luna y regresar con vida a nuestro planeta. Doce hombres lo lograron a lo largo de diecisiete misiones, algunas de ellas trágicas, como el Apolo 1, donde sus tripulantes murieron por un incendio al interior de la cabina de la nave. Fue hasta la número 11, en julio de 1969, hace prácticamente medio siglo, que se logró es propósito y concluyeron en 1972, cuando también comenzaba a sorprendernos el alcance de la comunicación en un planeta que adquirió para nosotros, desde entonces, otra dimensión.

Concluidas las misiones Apolo, inmersas en un debate sobre el costo-beneficio de llevar el hombre a la luna, han pasado más de cuatro décadas que se dejó a un lado y hoy día aún se especula sobre las misiones tripuladas al espacio. Poco a poco, los hombres que pisaron la luna van muriendo —hasta hace poco más de un año sobrevivían solamente cuatro de ellos— dejando más preguntas sin respuestas, envueltas en ese halo de misterio que acompaña siempre a las grandes aventuras, en especial, las que vivieron aquellos lunáticos que hicieron realidad su sueño imposible.

La actualidad nos aleja a la gran mayoría de la oportunidad de observar el firmamento y sustraernos por momentos de una realidad mundial que nos aplasta sin misericordia alguna, gracias a la capacidad de enterarnos en tiempo real, de lo que sucede en cualquier parte del planeta. A pesar de todo, la luna nos sigue atrayendo a muchos como lo lo hizo con nuestros antepasados. Verle en un anochecer aparecer en un horizonte de mar o en un amanecer ocultarse en el mismo, es una grata e inolvidable experiencia que lleva a pensar mucho en lo que vivieron aquellos lunáticos que vieron la tierra desde lejos, esa tierra donde sigue creciendo este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

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