La añoranza es un bien que nos aqueja a muchos, pero ocurre que solamente se adquiere con el paso de los años, cuando uno cae en cuenta que ya no se mira únicamente hacia adelante, sino también como si fuera un mero acto reflejo, nuestra mente nos hace voltear hacia el pasado y, como si fuera una secuela de una enfermedad, comenzamos a desear algo que ya ocurrió, que ya no está y que ni remotamente sucederá de nuevo.

En esta hermosa ciudad nuestra, como en prácticamente todas las ciudades del mundo, las personas que hemos vivido ahí por muchos años, transitamos por alguna de sus calles y comienza una oleada de recuerdos de aquello que fue. Dicen que para muestra basta un botón, y es muy cierto. Yo viví en la céntrica calle de Allende casi esquina con 16 de septiembre  durante veinticuatro años, desde que nací y hasta que me casé. Recorría la cuadra de 16 de septiembre entre Allende y Juarez con regular frecuencia, y cuando lo hago en la actualidad me sucede de golpe. 
Así aparece el   puesto de tacos de cabeza que religiosamente se colocaba en la esquina cada noche; el local de “La Suerte”, donde adquiría las historietas que me acompañaron a lo largo de mi infancia y mi juventud; el cine Reforma, donde acudía con mis amigos y vecinos a  ver las largas matinés de los domingos con aquellos héroes enmascarados que hacían de la lucha libre una devoción para nosotros; la zapatería “Candelas” con aquellos enormes y largos aparadores repletos del más diverso calzado; “La Sirena”, una dulcería que parecía de cuento y que nos capturaba en su suculenta vitrina; “Christopher”, donde saludaba a los señores Meyrán, grandes amigos de mis padres; la cafetería “La Calabaza” con sus novedosos cafés; a un costado “Grabaciones Selectas”, la discoteca en la que pasaba uno un buen rato buscando la música que nos tentaba la emoción a través de la radio y donde de vez en vez, artistas iban a firmar autógrafos  en las portadas de los acetatos; “El Roble”, un lugar maravilloso para encontrar juguetes económicos o hallar los trompos, juegos de mesa y yo-yo’s que eran presentados por especialistas que hacían todo tipo de suertes con ellos; la zapatería “Canadá”, con su calzado de vanguardia para romper paradigmas de la moda de los años setenta; finalmente en la esquina “La Mariposa”, con toda es historia que sigue hasta nuestros días, pero que en aquel entonces era un lugar con la magia de sus helados, sus malteadas y sus preparados, que bebían los jóvenes mientras se recargaban en su pared como si quisieran evitar que se fuera de ahí, como finalmente sucedió. Así, en tan solo una cuadra, la añoranza nos atrapa con sus garras hasta que algún momento en tiempo real nos vuelve a la actualidad.

Lo curioso de la añoranza, es que hoy día se presenta más en este confinamiento y se extraña la gente de hoy y de aquel entonces en esos y otros lugares. Este largo y complejo proceso de adaptarnos a lo que incomprensiblemente llamamos la nueva normalidad, nos hace presa fácil de esta dama antigua que se viste según lo que nos hace recordar y desear con toda es enorme imposibilidad de que las cosas pudieran volver a ser un poco como antes, como lo manifiesto en el título de mi columna que casi roza ya los ocho años de publicarse en EL UNIVERSAL: El Querétaro nuevo que deseamos conservar.

@GerardoProal

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