La imagen de López Obrador este fin de semana, presumiendo en fotos y videos sus obras prioritarias en el sureste mexicano —desde la cuestionadaRefinería de Dos Bocas en Tabasco, hasta el corredor Transístmico en Oaxaca— fue una bofetada del mandatario a las víctimas de la tragedia del Metro en Tláhuac. Porque mientras al lugar donde murieron 25 personas y 80 más fueron heridas no se paró nunca el presidente porque “al carajo, no es mi estilo tomarme la foto porque es demagógico y de conservadores”, en Paraíso y en Salina Cruz no tuvo problema para posar para las cámaras y hacer promoción de sus obras en plenas campañas electorales.
 
Es como si el presidente, ante un golpe directo a su gobierno y a sus aspirantes presidenciales consentidos, hubiera querido evadirse de la realidad y, por no hablar de los muertos, hubiera preferido hablar de obras que, en medio de la crisis económica y de la peor pandemia de la era moderna, están costándole a los mexicanos miles de millones de pesos –casi 9 mil millones de pesos tan sólo la Refinería— en medio de cuestionamientos y críticas no sólo de ambientalistas, por el impacto a la zona costera de Tabasco, sino de expertos del sector energético que advierten de una apuesta desfasada e inservible cuando el petróleo y los combustibles fósiles van de salida y el mundo se mueve hacia las energías más limpias.
 
La frase de “al carajo” que López Obrador lanzó cuando le preguntaron por qué no iba a visitar a las víctimas de la tragedia a los hospitales o a las familias que perdieron a un ser querido quedará para la posteridad en el anecdotario de las expresiones más desafortunadas de un presidente en el poder y perseguirá al tabasqueño como lo ha seguido durante más de 15 años aquel “al diablo con las instituciones” que lanzó cuando perdió la elección presidencial de 2006 en la que alegó, entonces y ahora, un fraude que lo llevó a tomar el Paseo de la Reforma y que sería el inicio del movimiento opositor que 12 años después lo llevaría a la Presidencia en los comicios de 2018.
 
Entre aquel Andrés Manuel que creció recorriendo el país, cercano a la gente y apoyando siempre a las víctimas, al que lanzó esa frase enojado y con el rostro descompuesto, para justificar su ausencia en la zona cero y con los familiares de las víctimas, hay un abismo. El que ahora vocifera y se descompone en Palacio Nacional es un político que mutó en el gobierno y al que el poder transformó en un gobernante ensoberbecido, distante e incapaz de aceptar cualquier cosa que vaya en contra de su discurso, de su proyecto y de su idea de país.
 
Y si una estructura pública colapsa y tira un tren repleto de personas trabajadoras que volvían a sus casas tras una larga jornada laboral, no es algo que esté entre las prioridades ni las temas que le interesa hablar al presidente que, después de dar sus escuetas condolencias y delegar el problema a la Jefa de Gobierno de la CDMX, prefiere fugarse al sureste, ponerse un casco de ingeniero y jugar a que está “transformando al país” con obras que tienen más de capricho presidencial que de una necesidad real para los mexicanos.
 
Quizás mucha de esa soberbia, insensibilidad y falta de humildad que hoy se percibe en el presidente tiene que ver no sólo con la ira que le provocan los “accidentes” y tropiezos de la 4T ante la cercanía de las próximas elecciones. Porque, a pesar de todo lo que ocurre y lo que afecta a todos los mexicanos: la inseguridad y la violencia creciente del narcotráfico, la profunda crisis económica que se agudizó con la pandemia, la falta de medicamentos y quimioterapias en los hospitales públicos lo mismo para niños con cáncer que para mexicanos que padecen otras enfermedades crónicas para las que hoy escasean los tratamientos y la atención, las encuestas siguen diciendo que Morena puede ganar las próximas votaciones y tal vez eso haga sentir a López Obrador tan confiado y seguro, tan altivo y altivo, mientras responde con cólera ante el dolor de las víctimas.

NOTAS INDISCRETAS…

En el manejo de la crisis social y política que dejó el colapso del Metro, empiezan los movimientos estratégicos para tratar de salvar el problema y apaciguar la ira y la indignación que ya empezó a aflorar ente los habitantes de la llamada “zona cero”. Por un lado la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, sabedora de que los peritajes e investigaciones que señalen responsables llevarán varios meses, ha comenzado a hablar de indemnizaciones y pagos a las familias con cantidades que, primero dijo que serían de 40 mil por persona fallecida y 10 mil a los lesionados, y luego ante la molestia y las críticas por el magro “apoyo emergente y extraordinario”, trató de componerlo hablando de los 650 mil pesos que representan el seguro de viaje que le corresponde a cada pasajero que perdió la vida. Y si eso es en lo económico, en lo político cada vez se escucha más que en la 4T y en Morena hay consigna para tratar de llevar la responsabilidad y la culpa por este accidente hacia el gobierno de Miguel Ángel Mancera, quien fue el encargado de recibir la obra y las instalaciones de la Línea 12 del Metro de conformidad con las condiciones y seguridad de la misma, según consta en un oficio de SyStra, fechado el 12 de junio de 2014 y firmado por el entonces director del Metro, Joel Ortega, hoy desaparecido. Con ese mismo oficio incluso Marcelo Ebrard busca deslindarse de cualquier responsabilidad en la tragedia. Ya en el debate parlamentario, de la sesión de la Comisión Permanente, el pasado jueves, la mayoría de Morena deslizó en tribuna que las responsabilidades de esta tragedia recaían en el gobierno mancerista y en sus funcionarios que fueron los responsables de recibir, revisar y dar mantenimiento a la Línea 12 en sus primeros años de funcionamiento. Así que si ya al senador Miguel Ángel Mancera lo tenía en la picota Claudia Sheinbaum, que sólo espera un descuido y que se diluya la protección de Monreal para proceder contra su antecesor al que ha acusado de encabezar un gobierno de “delincuentes”, ahora la tragedia del Metro en Tláhuac podría ser el pretexto perfecto para que los dos delfines de López Obrador, Sheinbaum y Ebrard, eludan sus propias responsabilidades y lancen al senador Mancera al coliseo donde lo esperan los leones hambrientos mientras el público grita pidiendo sangre… Los dados mandan Escalera doble para todas las mamás lectoras. Salud y felicidad para todas las dadoras de vida.

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