No sé qué ropa llevaba ni reconozco a las otras personas. Dos de ellas me mostraron el daño sufrido por una joya prehispánica: un collar de jade, pieza central de una importante exposición. Estaba en una vitrina con un cubo de cristal, sobre una columna de madera. Alguien había entrado a la sala y había quitado el vidrio que cubría el capelo. Faltaban dos miniaturas de obsidiana. Las imágenes que recuerdo son muy borrosas. Al sacar el collar, el ladrón lo tiró al suelo, donde se rompió en mil fragmentos, casi imposibles de unir. El delincuente huyó sin dejar rastro.

A los custodios, les hablé de la importancia de salvaguardar el tesoro nacional. El llanto me cerró la garganta y la angustia recorrió todo mi cuerpo.

En ese momento, desperté.

Al abrir los ojos, la mente tarda algunos segundos en recuperar la conciencia y darse cuenta de que las escenas que proyecta nuestro pensamiento no son más que sueños. En este caso, una pesadilla.

Durante muchos años estuve al frente de museos, galerías de arte y espacios dedicados a la cultura. Dirigir estos sitios es conocer el valor de cada pieza expuesta, asumir la responsabilidad de cuidarlas y que el público las aprecie sin ponerlas en riesgo. Frente a las cámaras, en la inauguración y durante el brindis, el trabajo parece fascinante. En la vida real, son muchas horas en el escritorio, intensa relación con los artistas, gestión de actividades y envío de oficios.

Llamadas por teléfono y correo electrónico todo el tiempo. Muchos días comienzan temprano en la mañana y terminan a medianoche.

En mis trabajos aprendí mucho. Fui responsable de unas trescientas exposiciones y miles de eventos. Cada jornada trajo consigo logros pequeñitos, casi humildes, y una dosis considerable de ansiedad: el temor de que las piezas sufrieran daños. Después de la permanencia, entregar una muestra en buenas condiciones representa un alivio. El sedimento que queda en la memoria, a veces, resuelve nudos que quedaron atrapados en el inconsciente, como el horror de ver un collar destrozado. Por cierto, nunca gestioné exposiciones de tesoros prehispánicos.

Dicen los científicos y neurólogos que el sueño ayuda a consolidar recuerdos y procesar información nueva. Dormir nos mantiene sanos; hacerlo sin pausas ayuda a reparar daños en los órganos. El cerebro pasa por ciclos de cinco fases y movimientos oculares rápidos. Cada fase es fundamental para el descanso. Si no dormimos lo suficiente, al día siguiente no podemos concentrarnos bien, nos irritamos con facilidad, nos deprimimos. La falta de sueño aumenta la presión arterial.

Dato curioso: en español, decimos: “Soñé contigo”, como si la otra persona estuviera a nuestro lado, soñando lo mismo.

En otros idiomas, la traducción literal sería: “Soñé de ti, o soñé sobre ti”.

Mis pesadillas recurrentes se relacionan con miedos que sufrí en mi trabajo. Con el tiempo, dejé de soñar las mismas escenas, que sucumbieron aplastadas por las hojas del almanaque. Como las hojas de un árbol, los días del calendario se convierten en humus, tierra fértil para que otras semillas puedan germinar. Nuevos sueños toman su lugar y se vuelven proyectos.

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