Sin prueba alguna, Ricardo Anaya Cortés ha basado parte de su campaña a la Presidencia calificando no sólo a Enrique Peña Nieto de corrupto. Cuando a él lo evidencian actos de corrupción, se justifica acusando de campaña orquestada en su contra por parte del gobierno federal. No hay congruencia entre sus declaraciones y sus actos. Luego dice que son mentiras, calumnias en su contra y que ya fue absuelto por la autoridad federal. Más falacias del aspirante a gobernar México. ¡No puede ser absuelto si no ha sido acusado por el Ministerio Público! ¡Tampoco fue juzgado! Anaya hace uso indiscriminado de la verborreica semántica a su favor, pretendiendo confundir y limpiar su imagen de la evidente relación de negocio que tuvo con los hermanos Barreiro.

Una vez más, se subió a las redes sociales un video que evidencia —nuevamente— la cercana relación de negocios turbios que sostuvo Ricardo Anaya con los hermanos Barreiro, lo que le permitió encumbrarse como hombre próspero en los negocios, y lo que, a su vez, dice el señor Barreiro, le ha servido para financiar su campaña a la Presidencia. El sujeto afirma ser amigo de Ricardo desde hace muchos años. Por más que el candidato lo niegue, las evidencias —que no pruebas— lo incriminan en los sucios negocios de la compra-venta de inmuebles en Querétaro y la fraudulenta venta que sirve para lavar dinero. Precisamente uno de los inmuebles que fuera incautado por la autoridad federal, que aparecía en el Registro Público de la Propiedad y del Comercio, a nombre del chofer de Barreiro, legalmente transfirió la propiedad en favor de Hacienda Federal para deslindarse del problema legal en que lo involucraron. Nadie se opuso a la entrega del bien inmueble incautado, cuyo valor supera los 50 millones de pesos, de ahí la presunción de la ilegalidad en la transmisión de derechos. El producto de la venta de ese inmueble pasó al patrimonio de Ricardo Anaya después de que el dinero hizo un periplo por varios países para “lavarlo” y terminar en manos del presidenciable, según confiesan los involucrados. Ante tales evidencias, Ricardo no tiene forma de desligarse de las transacciones fraudulentas. ¿Entonces por qué culpar al Presidente de la República de mentiras y calumnias? Envalentonado, como parte de su estrategia, en su presentación ante estudiantes de la Ibero afirmó —sin prueba alguna— que Peña es un corrupto, lo que le valió el aplauso; a su vez, dijo a los estudiantes que procesaría a Peña Nieto una vez que él sea Presidente. Incongruencias de los políticos. Éste sí puede acusar sin prueba alguna y no acepta la crítica en su persona por corrupto, cuando en su contra hay evidencias.

Anaya se justifica de los ataques afirmando que Amlo ya pactó con Peña para que no proceda en su contra; éstos lo niegan. Nuevamente el candidato enreda argumentos falaces para distraer la atención del tema medular: la liga de corrupción que lo une con los Barreiro. Por si ello fuese insuficiente, arma un “teatro” y responsabiliza de lo que pudiera pasarle tanto a él como a su familia al Presidente de la República, Enrique Peña, argumentando que fue víctima de un atentado. El candidato pretende pasar de victimario a víctima del gobierno. Y adelanta que los ataques seguirán en lo sucesivo, todo para que gane Amlo la carrera a la Presidencia; pero, afirma, él ganará la elección. En síntesis, la estratagema está en curso y nadie sabe de dónde han salido los videos que los incriminan, quién o quiénes están detrás de la campaña de desprestigio a su pretend59a imagen de honestidad y exitoso político metido en los negocios de inmuebles por medio del tráfico de influencias. No cabe duda de que Ricardo Anaya ha dejado muchos heridos en el camino en su enfermiza carrera por la Presidencia; éste es un claro ejemplo de una serie de traiciones y deslealtades en que ha incurrido. Lo más sencillo es culpar al gobierno y esconder sus tropelías, estribillo bien estudiado como absurda defensa de lo indefendible. Su caída al tercer lugar en las encuestas y los ataques de sus “amigos” en redes sociales lo tienen al borde de la histeria política.

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