Violando las leyes electorales vigentes, y repitiendo las mismas prácticas antidemocráticas que durante años condenó, López Obrador inició anticipadamente la elección presidencial haciendo ver que él nombrará a su sucesor, refiriéndose a sí mismo como “destapador y los candidatos como corcholatas”.

Aunque la preferida de Andrés Manuel es Claudia Sheimbaun, su falta de capacidad y oficio político lo ha obligado a rodearla de políticos experimentados, y a incluir más candidatos (Marcelo Ebrard y Adán Augusto López) para evitar su prematuro desgaste político.

En plena campaña, las corcholatas no temen violar la ley participando en actos anticipados de campaña, pese a que la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) les negó el blindaje promovido por la Presidencia de la República para que continúen en actos de campaña sin sanción}, lo que pone en riesgo a las corcholatas de hacerse acreedoras de sanciones y tener impedimentos para ser candidatos a la presidencia.

Esta actitud antidemocrática de AMLO ha sido denunciada por Ricardo Monreal y Marcelo Ebrard -que también aspiran a la candidatura por Morena-, pero que no gozan de los privilegios de las corcholatas. Ambos han exigido reglas claras y piso parejo por la abierta operación política del presidente, gobernadores y presidentes municipales en favor de quienes le garantizan lealtad, subordinación permanente, continuidad de su proyecto político y, sobre todo, impunidad para los amigos: el criterio con que seleccionó a funcionarios de primer y segundo nivel de su gobierno: 90% de lealtad y 10% de capacidad.

Las fisuras que comienzan a traslucirse al interior de Morena podrían derivar en una lucha abierta y descarnada de grupos, capaz de dividir al partido y entregar a la oposición candidatos competitivos, complicándole la sucesión a López Obrador, como sucedió con Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón, cuyos candidatos no ganaron el proceso interno, o no ganaron la elección.

Andrés Manuel ya recibió el mensaje del equipo de campaña de Ebrard, a través de su coordinadora, la senadora morenista Martha Lucía Mícher, y su membrete político denominado “Progresistas por la unidad y piso parejo”: rechazan las “las viejas prácticas de la mafia en el poder”, así como “piso parejo” y tomar el método acordado en 2011 por AMLO y Ebrard.

Ebrard y Monreal apuestan a nuevas reglas de selección: un método de selección aceptable y vigilado que dé certeza a todos los contendientes y que debilitaría a AMLO al arrebatarle el papel de decisor y colocarlo como espectador.

Lo que queda claro hasta el momento son tres elementos inocultables: 1. Que, debido a su carácter autoritario y antidemocrático, López Obrador habrá de ejercer el dedazo tradicional, aunque con deficientes ropaje “democrático” y credibilidad; 2. Que los suspirantes, a quienes llama “corcholatas”, saben que si se atreven a cuestionar -aunque sea indirectamente- la voluntad presidencial, no sólo pueden quedar fuera de la contienda electoral, sino morir políticamente; y, 3. Que el presidente -que no actúa como representante de todos los mexicanos- seguirá utilizando al presidente de su partido como burda tapadera que justifica todas sus decisiones.

La supuesta “autoridad moral” y su “no somos iguales”, con que AMLO denosta a la oposición y a sus críticos una mañanera sí y otra también es falsa. “La mona, aunque se vista de seda, mona se queda”. No son iguales, son peores.

Periodista y maestro 
en seguridad nacional

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