Una peculiaridad de esta elección ha sido la desconexión entre lo que nos contaba la comentocracia y lo que realmente ocurría en el sentir ciudadano. Articulistas y opinólogos demostraron habitar una realidad paralela. Los escuchamos repetir las mismas fórmulas, las mismas frases hechas y hasta las mismas palabras. Vale la pena un apretado recuento:

En enero fue la “intervención rusa en las elecciones”. La prueba irrefutable era ésta: John Ackerman es colaborador del Russia Today. Entonces hay nexos con los rusos. La opiniocracia, tratando de parecer seria, exigía: AMLO debe ofrecer “certeza absoluta” de que no hay ningún tipo de intervención. Pero Amlovich los rebasó con sentido del humor.

Luego AMLO propuso una amnistía que fue tergiversada al extremo. La comentocracia hacía como si no entendiera. Se explicó que no se trataba de perdonar a quienes cometieron asesinatos, sino de ofrecer una oportunidad a los que se involucraron en el comercio de drogas por necesidad. No importó. Todo lo que escuchamos fue: AMLO quiere perdonar criminales, una narrativa que tampoco caló entre la ciudadanía.

Luego vino la funesta alianza entre Morena y el PES. De pronto la comentocracia se convirtió en la mayor defensora de la diversidad sexual. “¡AMLO es un conservador! ¡Un homófobo que quiere regresarnos al siglo XIII!”, dijeron. Claro, nunca nos contaron que AMLO apareció en un spot donde expresaba su respeto a la diversidad sexual o que en un acto levantó el brazo a una mujer trans.

Continuaron: AMLO dice que desconfía “de eso que llaman” la sociedad civil. El corifeo contestó: “AMLO es un autoritario, quiere acabar con la sociedad civil independiente y encabezar un gobierno totalitario”. No importó que el candidato hiciera referencia a un grupo en concreto.

Ocurrió algo similar en mayo, cuando AMLO apuntó contra seis empresarios del Consejo Mexicano de Negocios. El corifeo: “¡AMLO es enemigo de los empresarios!” Como si seis hombres de negocios hablaran por los cientos de miles de empresarios que hay en el país.

Y así podríamos citar más ejemplos. El caso es que ni el intento de presentarlo como el enemigo del progreso y la modernidad ni el absurdo de acusarlo de censor por haber criticado aquella serie televisiva sobre populismo les sirvió. AMLO creció y creció.

Y cuando ya no pudieron con él, los mismos que ayer decían que el país necesitaba mayorías para garantizar la gobernabilidad y promover reformas se volvieron los profetas del voto cruzado como estrategia para evitar eso que con su pomposidad habitual llaman la concentración del poder “en manos de un solo hombre”.

En suma, la comentocracia ofreció de todo: psicólogos analizando a AMLO; peritos judiciales expertos en revivir casos ya cerrados y magistrales economistas que acabaron por convertirse en videntes de las crisis que vendrán. El último llegó al terreno de la parodia y la desesperación: “AMLO está enfermo”, “tenemos derecho a saber si goza de cabal salud”.

La comentocracia fracasó. No sólo porque la ciudadanía ya no los toma en serio, sino porque fueron incapaces de entender lo que realmente estaba pasando en la política y en la sociedad. Tal vez haya llegado la hora de que veamos en los medios nuevas caras, capaces y dispuestas a entender, y menos plumas dedicadas simplemente a repetir lo mismo.

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