El desengaño es un perfume violento, al menos eso dice Joaquín Sabina en una de sus afamadas canciones. El desengaño es corrosivo. El desengaño significa que una vez más fuiste engañado justo cuando habías jurado que no volverían a engañarte de nuevo, tal como canta The Who.

A partir del 1 de julio entramos en una vorágine política donde el ganador de las elecciones, aún sin tomar el cargo, ya dictaba agenda. Incluso, sin haber sido declarado presidente electo, el todavía presidente Enrique Peña Nieto lo recibió en Palacio Nacional.

Sin colocarse la banda presidencial, AMLO hizo nombramientos, propuestas, anuncios de la consulta sobre el aeropuerto, reducciones de salario, nuevas figuras estatales de coordinadores federales, dice quiénes son culpables, señala chivos expiatorios, dice que recibirá finanzas sanas y llama a la concordia nacional.

AMLO trae prisa por gobernar porque quiere hacer en seis años lo que apenas se puede hacer en dos sexenios. Su narrativa política es la de una Cuarta Transformación, vamos a cambiar el país, dice. Su objetivo es revertir las políticas neoliberales que se implementaron en México desde 1982, bajo el mandato de Miguel de la Madrid Hurtado, quien tenía como secretario de planeación y presupuesto a Carlos Salinas de Gortari, a la postre, presidente en una amañada elección.

Como caballo desbocado, corre aceleradamente, no quiere perder el tiempo y empieza a tejer su gobierno desde meses antes de tomar posesión. El 1 de diciembre, fecha del cambio de gobierno, parece una fechan tan cercana y, a la vez, tan lejana políticamente hablando.

López Obrador vive una luna de miel política. Encuestas recientes indican que volvería a ganar incluso con mayor ventaja si sus rivales fueran de nueva cuenta los mismos. AMLO lo sabe y por eso tuitea que en las escuelas se enseñará béisbol, su deporte favorito. Nuevamente los caprichos y gustos de los gobernantes vueltos política de Estado, como en Querétaro cuando se declaró a las corridas de toros como patrimonio cultural, justo la actividad favorita del entonces gobernador José Calzada Rovirosa.

Y, aunque para muchos ésas pudieran ser peccata minuta, el presidente electo sabe que muchos de sus deseos políticos pueden chocar con la realidad. Ya ha desaparecido la “mafia del poder” como el enemigo a vencer. Ahora el discurso es sumar a todos en ese tren llamado Cuarta Transformación, en donde todos caben, hasta políticos de dudosa reputación como el gobernador Velasco de Chiapas que transa con Morena para que le permitan regresar a gobernar su estado tras tomar protesta como senador.

Ya Rosario Robles no es de dicha “mafia”, sino un chivo expiatorio, una pieza menor del engranaje. Lo que no ha dicho AMLO es si va por las piezas mayores de ese engranaje llamado corrupción o simplemente todo quedará en fuegos de artificio. Ya Obrador dice que recibe un país con malas finanzas, justo cuando apenas hace un mes había hecho un reconocimiento a Peña Nieto por la buena balanza económica que recibiría. Ya la palabra de AMLO como la de un político diferente va quedando en duda.

Coincido con el sociólogo Efraín Mendoza quien recientemente escribió para Tribuna de Querétaro y TV UAQ lo siguiente:

“Pero oigo ya los pasos de la desilusión que se aproxima. Y mucho desearía equivocarme. Me parece que los electores y el propio gobierno electo no han descendido de la plataforma emocional para procesar racionalmente la realidad dura, conflictiva y picuda, más allá de maniqueísmos y fantasías. Un síntoma es el hecho de que la llamada ‘mafia del poder’ ha sido silenciosamente desalojada de la retórica y ha quedado ya por ahí como un desteñido estampado en algunas playeras de campaña.”

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