El dirigente del PRI, Alejandro Moreno, ha cobrado especial importancia —pero no por su trabajo en favor de su partido—, sino por haber transitado de Alito a Amlito. Este cambio es resultado de su nueva postura, para unos, o de su reciente traición, para muchos.

Es ampliamente sabido que su trayectoria le ha acarreado una serie de  acusaciones por corrupción, enriquecimiento ilícito, fraude fiscal, lavado de dinero y más. Y esto no se debe solo a las grabaciones difundidas por la gobernadora morenista de Campeche, Layda Sansores, quien tampoco cuenta con ejemplaridad que presumir.

Del priista, hay que tomar en cuenta su interpretación como “opositor”. En este rol se ha destacado por su capacidad histriónica. Se trata de un actor reconocido, distante, por supuesto, de la categoría de político congruente e imitable.
Sus actuaciones han cubierto el espectro teatral.

Generó simpatía  en su papel de político crítico y destacó en escena. Una de sus interpretaciones más aplaudidas fue su participación en la alianza Va por México, junto con los líderes del PAN y PRD, donde se mantuvo firme contra la reforma eléctrica que pretendía la 4T, incluido Bartlett, por supuesto.

De hecho, dio a conocer el audio de una conversación que sostuvo con el también desprestigiado coordinador de los senadores del Partido Verde, Manuel Velasco, donde este le comunicaba la advertencia enviada por el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, de que si votaba en contra de dicha reforma irían “con todo” contra él. ¡Qué cosas! Y en poco tiempo el casi candidato al martirio —por sus convicciones, claro— pasó a quitarse la máscara.

Ya sin disfraz, como parte de una comedia con visos de tragedia, volvió a escenificar un encuentro con el secretario de Gobernación —el mismo al que había señalado como autor de las presuntas amenazas en su contra—, pero ahora protagonizó abrazos, palmadas y palabras al oído. ¡Qué bárbaro! ¡Qué camaradería! ¡Qué actuaciones!

Pero si ello ya le merecería un premio por sus representaciones, se consagró al traicionar los acuerdos con la alianza opositora, dividir y enfrentar a su partido (PRI versus PRI), y servir al proyecto personal del Presidente. Pero aun más: sostener públicamente que su comportamiento no se debe a una negociación con el gobierno a cambio de no meterlo a prisión. Llegó a exclamar: “¿Con quién están: con los intereses personales o de partido; o con el interés supremo del pueblo de México?” ¡Qué gesticulación! ¡Qué flexible! ¡Qué doblaje!

La chicanada se produjo con la maniobra para ampliar de 5 a 9 años la participación de las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad pública, asunto que merece un amplio análisis.

Por ahora, reconozcamos a este gran histrión priista, a la altura de los mejores de Hollywood. Aunque, siendo justos, también habrá que mencionar al único que puede estar a su nivel actoral: Rubén Moreira, el coordinador de los diputados.

Sin embargo, se multiplican los comentarios que desechan su talento interpretativo y centran sus juicios en la ética política, lo que los lleva a calificar su conducta como cínica e inaceptable.

Lo que realmente ahonda la tragedia es la importancia política de la alianza en el plano legislativo y en las próximas contiendas electorales, no tanto el verdadero rostro de Amlito  quien, ahora sí, parece haber librado la cárcel.

En Amor con amor se paga, la telenovela, Amlito actuó servil y sembró desconfianza, pero ¡Qué actuación!

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