Mientras que, en EU, Trump es percibido como un admirador de —y quizás hasta cercano a— Putin, hay otro mundo en donde las tensiones de fondo entre las dos superpotencias no dejan de crecer. Uno de los escenarios en donde esas tensiones están alcanzando límites delicados es Siria. La semana pasada un avión de EU derribó una aeronave del ejército sirio acusándolo de haber bombardeado a la coalición de grupos rebeldes que está combatiendo a ISIS, grupos que son apoyados por Washington. Moscú, quien respalda militarmente al presidente sirio, Assad, respondió con una fuerte amenaza a Washington: Rusia derribará cualquier aeronave que sea detectada sobrevolando el espacio que Moscú controla en Siria.  Además, a partir de esta semana, Rusia suspende el mecanismo de coordinación que mantenía con EU para evitar roces entre sus aviones de combate. Sin dejarse intimidar, el martes Washington derribó otra aeronave (no tripulada) del ejército sirio.

Recordemos que Rusia respalda a Assad con armamento, financiamiento y apoyo diplomático desde el inicio de la guerra en Siria (incluso desde antes), y mediante una intervención militar directa desde 2015. El espacio aéreo de Siria es, en su mayor parte, controlado por el Kremlin.  En cambio, Washington y sus aliados (Arabia Saudita, Turquía y Qatar entre otros), respaldan al bando contrario en esa guerra. Sin embargo, hasta el 2013, la asistencia directa de EU solo llegaba de manera limitada. La Casa Blanca prefería que fuesen sus aliados regionales quienes se hicieran cargo de esa labor.

Las cosas cambian cuando emerge ISIS y cuando la Casa Blanca enuncia la meta de “degradarle y destruirle”. Porque para cumplir con ese objetivo, no bastaba combatir a esta organización en Irak, sino que había que implicarse también en Siria. Por tanto, era de esperarse que las tensiones entre las dos superpotencias se elevarían. Pero Washington manifestó a Putin que ya para entonces, sus intenciones no eran combatir a Assad, sino a ISIS. Así, las dos superpotencias establecen  medios de coordinación para evitar fricciones entre ellas.

Pero las circunstancias se han estado moviendo. Primero, porque ISIS ha estado perdiendo la mayor parte del territorio que llegó a controlar, lo que, de manera natural, genera una competencia entre rivales internos y entre las potencias que les respaldan. Segundo, porque, pasadas las elecciones en EU, Moscú aprovechó el vacío que se generó entre dichas elecciones y la toma de posesión de Trump, y aumentó sus ataques aéreos en Siria hasta asegurar que Assad recuperase la iniciativa de la guerra. Tercero, porque en abril la Casa Blanca toma la decisión de, ahora sí, atacar de manera directa a Assad (culpándolo de usar armas químicas), lo que, obviamente, eleva las tensiones con el Kremlin. Y cuarto, porque a pesar de haber asegurado a Putin que la represalia contra Assad iba a ser limitada, ya son varias las ocasiones en las que los estadounidenses han arremetido contra el ejército sirio.

Por consiguiente, Rusia desea dejar claro a Washington que no está dispuesta a tolerar los ataques contra su aliado. Esto no implica que necesariamente vaya a haber una confrontación directa entre Rusia y EU. Pero los riesgos están subiendo. Así que, al margen de lo que se pueda pensar acerca de Trump o acerca de Putin, es indispensable que los equipos de ambos restablezcan los canales de comunicación, y desarrollen estrategias inmediatas para tratar de coordinar sus intereses sin necesidad de que esta peligrosa situación siga escalando.

Google News