Mucha tinta ha corrido alrededor de la figura política de Alejandro Moreno (Alito), dirigente nacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI), a quien desde todos los flancos lo han puesto en evidencia por sus presuntas actividades de corrupción y, a todas luces, la carencia de la más mínima moral. Por mi parte, planteo lo siguiente:

Sin duda, la pandemia transparentó la descomposición de los viejos liderazgos políticos devorados por la ambición y la codicia en el lapso de los últimos treinta y cinco años. La corrupción creció como nunca en el país. Gran parte de los ciudadanos sabían de estos excesos y solo se limitaron a observar con impotencia. La política transitaba por un camino y la sociedad por otro. Así las cosas...

De lo anterior, el caso de “Alito” representa y es el símbolo de esos viejos líderes políticos a quien la pandemia los exhibe como la podredumbre del quehacer de la política en los últimos tiempos. “Alito” no únicamente nos indica el estilo personal de gobernar de un personaje desbordado en excesos. Este tipo de líderes han sido estudiados desde la categoría de la ciencia política aportada por Daniel Cosío Villegas. Sin embargo, el líder del PRI, además, está ostentando trastornos como maquiavelismo, narcisismo y proclive a la violencia. A este respecto, el insigne psicólogo Carl Jung dedicó su vida a estudiar el lado oscuro del ser humano: la sombra. Desde esta categoría es posible acercarse a la personalidad oculta de Alejandro Moreno.

“Alito” es un individuo egocéntrico, manipulador y por norma miente. Su patrón de conducta es agresivo y cruel con otras personas con tal de salirse con la suya y con sus intereses personales. Se ubica más allá del bien y el mal al carecer de empatía. La compasión no existe en él, por lo que ignora los derechos y sentimientos de los individuos que lo rodean. Y, en consecuencia, vive la fantasía de un “mundo feliz”, construido por él contra un mundo que lo desprecia, lo amenaza y lo pone en riesgo. Se ha defendido, hasta ahora, a través de la violencia verbal y a través de movimientos hiperactivos intentando meter a su mundo a instituciones afines a su “paraíso ideal”.

Su sombra es la maldad y la convierte en ira y odio contra las instituciones legalmente electas.

“Alito” padece uno de los nuevos trastornos pospandémicos en el ámbito de la política. Va camino a desbordarse por el abismo y con él se llevará a los residuos del PRI. Mientras tanto, es relevante encontrar el antídoto para evitar la propagación de este tipo de liderazgos ya inútiles en el porvenir. El país ya necesita dar paso a nuevos liderazgos identificados con la honestidad y la transparencia. Propongo se le abra el paso a la nueva generación de políticos. Nos leemos el próximo jueves.

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