El nombre de Alfonso Reyes ha estado en boga pero no por sus credenciales literarias, las cuales son incuestionables, sino por cuestiones de agenda política; es decir, por la reedición de su Cartilla Moral, originalmente publicada en 1944, bajo el gobierno de Manuel Ávila Camacho.

Difícilmente recuerdo una transición de gobierno federal en donde se haya discutido mucho sobre autores literarios; sin embargo, no se discute sobre sus virtudes en las letras y se les descalifica a priori. Todo por descalificar al rival político.

En años recientes, sólo recuerdo el escarnio que hicieron panistas durante la campaña presidencial de Felipe Calderón en contra de Elena Poniatowska, a quien juzgaban no por su calidad literaria, sino por su filiación política.

Me quiero enfocar en Alfonso Reyes, quien cabe mencionar, es uno de los autores que más admiro, y la saña con que se ha descalificado recientemente porque el gobierno federal decidió reeditar una pequeña obra, opúsculo pues, llamada Cartilla Moral, la cual se pensó originalmente a encargo también del gobierno avilacamachista con el propósito de acompañar una campaña educativa.

De inmediato, se acusó al gobierno de querer imponer una moral a través de dicho opúsculo y de querer imponer una visión religiosa porque Reyes usó la palabra alma. Nada más lejos de la realidad. El propio Reyes cita en la introducción que en la obra se ha usado “el criterio más liberal, que a la vez es laico y respetuoso para las creencias”.

Reyes advierte que la obra está pensada para el educando adulto aunque también es accesible para los infantes. Hay que tomar en cuenta el alto índice de analfabetismo que existía en el país y que la obra, como ya se ha mencionado, iba a acompañar campañas alfabetizadoras. El propio Reyes advierte que se usó el lenguaje más sencillo que se pudo encontrar pero no se perdió lo que hoy llamaríamos rigor.

Así pues que una reedición de una obra que tiene como propósitos ser acompañante en el proceso educativo ahora se cuestiona acremente por parte de los críticos del nuevo régimen que buscan el mínimo error.

Si bien es cierto que muchas de las partes de la obra no han resistido el paso del tiempo y no se ajustan a la nueva realidad mexicana —por ejemplo, Reyes habla de la familia y hoy debería hablarse de las familias, así en plural, solo por poner un pequeño ejemplo— la obra es un buen intento de impartir enseñanzas de civismo, las cuales nunca están de más en el proceso de formación del educando, a quien ahora se dirigió esta obra de Reyes.

Y en esta vorágine de descalificaciones, pocos advirtieron que se trata de una de las mayores glorias literarias del país, un mexicano universal, quien en su exilio, en cada país que visitó dejó múltiples escritos, generando incluso la admiración de Jorge Luis Borges.

Cuenta José Agustín en su Tragicomedia Mexicana que durante los años 40, era precisamente Reyes quien regía la vida intelectual del país, quien además dirigía el Colegio de México. Se hacía el chiste de que en tierra de ciegos, el tuerto es Reyes.

Sería bueno que aprovechando el escándalo artificial de la Cartilla Moral leer verdaderamente la obra de Reyes tanto periodística como literaria y ensayística, sin olvidar sus traducciones del griego clásico de La Ilíada. Aprovechemos la coyuntura para promover su lectura, le recomiendo personalmente sus breves ensayos sobre historia de México, donde destacan Visión de Anáhuac y México en una nuez, ambos editados recientemente por el Fondo de Cultura Económica.

PD: Por cierto, al revisar la página de Amazon, precisamente la Cartilla Moral reyesiana —editada por el FCE— resultó ser uno de los libros digitales más vendidos, edición de donde se sacaron las citas para este artículo.

Periodista y sociólogo

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