Aun cuando repitiera un determinado partido político al frente del Poder Ejecutivo, habrá cambio. Si ni con los caudillos revolucionarios del siglo veinte hubo continuidad, mucho menos realista es pensar que la mal llamada “Cuarta Transformación” es transexenal. Además, no puede continuar algo que nunca existió.

Pero, ¿qué cambio será posible en el sector educativo ante la sequía de recursos, polarización y crecientes demandas? ¿La “fatiga democrática” (Gutiérrez-Rubí) nos dejará sin imaginación e inmóviles? Pienso que México tiene una oportunidad de construir una agenda educativa distinta en virtud de que hemos experimentado tanto la “arrogancia tecnocrática” como el “populismo simplificador” (Subirats). Ojalá hayamos aprendido para poder plantear cosas distintas.

Una “nueva” agenda educativa no sólo debe enlistar acciones y programas, sino que debe partir de un marco político o “régimen de políticas” (May) que dote de sentido y significado a las acciones públicas y busque dar resultados de manera real y efectiva. A manera de propuesta, considero que este encuadre político y de políticas podría configurarse con al menos cuatro elementos.

Priorizar lo educativamente relevante, no lo políticamente correcto. El uso del magisterio para ganar votos se ha realizado de una manera más velada recientemente. El líder sindical ya no agrupa, sino la emoción. Un gobierno democrático que desee dar resultados sin repetir los errores del pasado, podría desarrollar nuevas ideas y promoverlas como “principios organizativos” de su acción (May). Ya aprendimos que no basta asumirse de “izquierda”. Hay cuatro millones más de pobres en México.

Recuperar el sentido de la política. La descalificación del contrario, la mentira como recurso de “gobernabilidad” y la normalización de la ilegalidad en aras de la “transformación” está viciando la vida pública, lo que a su vez merma la pluralidad, el sentido “público” de las políticas y la efectividad de éstas. No habrá cambio sustancial ni ganancias para nadie si no se le apuesta a la colaboración entre los diversos actores políticos y agentes escolares. Esto puede implicar conflicto y confrontación, pero es precisamente el código político y la negociación lo que atempera las pugnas, no un ejercicio como el de la Mañanera.

Ubicarse histórica y temporalmente. El gobierno entrante estará limitado por diferentes razones, pero su importancia no será menor: o defiende la democracia y hace que persista o acabamos todos hundidos por un sueño guajiro. Si opta por lo primero, podría identificar qué nuevas exigencias presentan los actores y agentes escolares recientemente. La transparencia en los procesos de selección y asignación de plazas docentes, la viabilidad financiera de la profesionalización docente y una mayor libertad (y responsabilidad) del gremio magisterial para establecer sus propias rutas de desarrollo son pendientes de la agenda educativa 2024.
Ir más allá de la dicotomía “cambio o continuidad”. Con la 4T aprendimos que ni tan positivo es el cambio como tan mala la continuidad. Si hay sensatez, podríamos saber cómo evolucionaron algunos programas y estrategias, qué políticas educativas estatales están dando resultado para no entorpecerlas y cuáles muestran rasgos de innovación para seguirlas cultivando. Con base en esto, podríamos experimentar beneficios observables para todas y todos y esto sería esperanzador. Que inicie la discusión.

Investigador de la Universidad 
Autónoma de Querétaro (FCPyS)

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