Para bien o para mal me resulta en verdad imposible no reconocer cuando algo esta bien hecho, cuando algo es de tal complejidad, calidad artística o de un esfuerzo tal que retarían las más grandes hazañas helénicas -incluso me puede estremecer hasta la lágrima-. Ejemplos de ello nuestro país puede presumir sin medida, lo mismo desde el ámbito artístico, deportivo, científico e ingenieril. Este martes #DesdeCabina quiero compartir una experiencia reciente que sin duda puede caer en esta categoría particular de “aquello remarcable” que muchos, si no todos en nuestro país, deberían juzgar (con suficiente información) y sobre todo reconocer en su justa medida.

Hace algunos días tuve la oportunidad de visitar la obra del AIFA (Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles) en la Base Aérea Número 1 de Santa Lucia Estado de México. La obra, dejando a un lado el desmedido componente político que la envuelve, es sin duda un ejemplo más de lo que la ingeniería militar mexicana y sobre todo una ejecución sin parangón tiene reservado para nuestro país. Durante la experiencia, visitamos, un grupo de ejecutivos universitarios y un servidor, la recién trasladada Base Aérea Militar, transitamos la descomunal pista central de más de 4 mil metros con 45m de ancho y 15 metros de hombros divididos a cada lado de ese espacio destinado para el despegue y aterrizaje de aeronaves de tamaño y peso significativos.

Ese trayecto nos llevó al edificio terminal de tres niveles que, desde el punto de vista del concepto arquitectónico busca constituirse como la base de una pirámide prehispánica por demás representativa de nuestra pasado cultural.

Con una extensión de más de un kilómetro de longitud, la primera etapa de la terminal, que albergará las diferentes posiciones para la diversidad de tipos de aeronaves que deberán utilizar alguna puerta de embarque, cuenta con una decoración demostrativa instalada que refleja sí, austeridad, pero de igual manera funcionalidad, evidencia orgullo por los valores y elementos representativos de nuestro país, y al mismo tiempo visión operativa internacional.

Sin embargo, el mayor elogio se lo lleva la ejecución. Una obra de estas dimensiones y complejidad -aun cuando se considere austera- encierra una diversidad de retos y restricciones que sin duda podrían poner en jaque a cualquier firma internacional, y sin que esto sea un juicio a priori -tampoco me corresponde de cualquier manera-, me atrevo a pensar que es una obra de ingeniería civil de la cual muchos deberíamos sentirnos orgullosos, no solo los que la ejecutan, dirigen o conceptualizaron.

Reconocer lo que podemos hacer los mexicanos, es sin duda un paso fundamental en la exhaustiva labor de integrar al país y a sus diferencias, que en lugar de unirnos, parecen distanciarnos irasciblemente. Aplaudir y apreciar lo que sí podemos hacer juntos sería además un gran signo de madurez, entereza, humildad y sobre todo de altura de miras.

Nada me gustaría más que este proyecto, al igual que muchos que ya funcionan y han hecho grande a nuestro país, prosperaran y nos llenaran de orgullo, y sobre todo, lograran esa sueño tan anhelado, pero tan vituperado en los últimos años, unirnos como mexicanos. Siempre es posible y nunca será demasiado tarde.

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