En el marco de la conmemoración del Día del Maestro, el Presidente de la República, acompañado de la secretaria de educación federal y varios funcionarios de su administración, llevaron a cabo un acto público donde informaron varias acciones para impulsar y apoyar al gremio educativo.

Entre los anuncios realizados destaca un aumento salarial del 7.5% a favor de los trabajadores que menos perciben, que equivaldría a una inyección de capital de 25 mil millones de pesos aproximadamente; así como una campaña para reorientar y actualizar los programas educativos. Sobre este segundo punto, ha trascendido en redes sociales y varios medios de comunicación el comentario que hizo el presidente, al referir: “No queremos inventores de bombas atómicas sino de fraternidad”, en el sentido que este nuevo modelo educativo que plantea su gobierno, pretende priorizar la educación cívica o moral, frente a la educación científica, característica de los llamados gobiernos “neoliberales”.

Ambos anuncios han abierto el debate en torno a si el aumento salarial de los maestros es suficiente, o si es necesario e indispensable que, en estos momentos, se plantee un nuevo modelo educativo.

Por una parte, algunos critican que el aumento es inequitativo e intrascendente, toda vez que solo beneficiaria a quienes menos ingresos tienen, pero además, que dicho aumento es equivalente a la inflación, es decir, que no representa ningún aumento en términos reales.

Pero además, y aquí es donde enfatizo mi comentario, ¿es justificado y necesario que en estos momentos el gobierno se centre en cambiar el modelo educativo, sobre todo cuando vamos saliendo de una pandemia?

De acuerdo con información oficial, alrededor de 33 millones de niñas, niños y adolescentes fueron afectados por el cierre de escuelas en México a raíz de la pandemia por Covid-19. Asimismo, como resultado de las medidas de confinamiento, millones de estudiantes se vieron obligados a tomar clases a distancia y alrededor de 2.8 millones de alumnos abandonar sus estudios por falta de interés o recursos económicos.

Aunado a ello, tenemos las consecuencias provocadas por el aislamiento y el encierro, donde los casos de ansiedad, depresión y conductas antisociales se dispararon. Qué decir de la tasa de suicidios donde los casos en niñas y niños de 10 a 14 años aumentaron 37%, y los adolescentes de 15 a 19 años en un 12%, alcanzando una cifra récord de 1,150 casos en 2019.

Y si a todo esto le sumamos la cancelación del programa de escuelas de tiempo completo y la falta de vacunación de los menores frente al Covid-19; los pendientes que tiene este gobierno en el sector educativo son, por decir menos, desafiantes.

Frente a este panorama, es inevitable preguntarnos ¿Qué ha pasado con todos esos menores? ¿Ya se reintegraron a las instituciones educativas?, ¿ya recibieron atención? ¿Han sido apoyados y reintegrados con satisfacción al entorno social?

En respuesta, se anuncia un nuevo programa para actualizar o, más bien, reorientar los programas educativos, con una firme tendencia a idealizar la 4T y satanizar los gobiernos anteriores, como si ello resolviera estos y otros problemas que enfrentan las y los estudiantes, preparando el camino para la elección de 2024.

Vaya forma de impulsar la educación.

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