“La ira es como el fuego; se apaga al primer chispazo o después es muy tarde”

Giovanni Papini.

Esos son, ellos son, esos son los que ensucian la nación…

Sí, seguidores de un hombre que sienten divino, súbditos y nunca ciudadanos, alfombras que no llegan ni a la escupidera para su amo, arrastrados, solovinos abyectos por un cariñito del poder que nunca llegará, refracciones obtusas de un enano director acomplejado, porque no se mueven solos, títeres del odio, lamesuelas de lo corriente, huérfanos de los sesos que les regalarían una idea propia… Sí, ellos son, esos son los que ensucian la nación.

Se sienten patriotas y no alcanzan ni el mote de porristas, tampoco me malentienda, son harto peligrosos, les basta un comando, un chiflido, un chasquido, un simple guiño para que se abalancen, cual bestias salvajes, contra el objetivo que les marque su dueño, son la chusma en versión renovada, la oclocracia 2.0.

Tienes que ser muy mezquino para echarle montón a un padre que exige medicinas para su hija con cáncer… O, de plano, muy idiota para creerse el cuento de que los papás, de que las víctimas de la violencia y sus llantos y su desesperación son, en secreto, un parto ideológico y malogrado del expresidente Calderón y los conservas que no quieren perder sus privilegios.

Pero, también, ellos son el resultado de mucho abandono, de una marginacion terrible que por décadas fue germinando rencores y vileza, resquemores que se pintan de superioridades morales y orillan al país al borde de la histeria para todos.

Sí, muchos de ellos no pueden entender el dolor ajeno porque han vivido en él desde siempre, porque la chingada los devoró desde hace generaciones y les condenó a la ignorancia, los convirtió en autómatas con sed de venganza, manipulables hasta la médula… Sí, también ellos son víctimas del sistema.

Estamos a unos pasos de que los gritos se vuelvan golpes y los golpes más muertes, urge un llamado a la reconciliación de todos desde arriba y hasta abajo pero no parece que nadie quiera serenarse y esto ya excede la catarsis para abrir las puertas a la paranoia.

Andrés Manuel no busca eso, pero sin quererlo construye una distopía que será difícil detener en breve tiempo y nos llevará a mirarnos entre hermanos con las gafas del coraje y la vendetta. El presidente no puede estarle apostando a eso, el jefe de la nación deberá asumirse como estadista y nunca más como un inquisidor presto al sambenito y capirote. Su mayoría no votó por eso.

Alguien en su equipo más cercano, y él sabe quién es, azuza todos los días en las redes, se dedica a sembrar odio para destruir al adversario y tratarlo como enemigo… Eso no es cristiano, eso no es lopezobradorista.

Aún estamos a tiempo para que todas estas palabras queden como una exageración.

Abrazos, Andrés, no madrazos.

DE COLOFÓN

Para que las empresas puedan pensar en sus empleados deben también pensar en sus ganancias.

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