El 22 de abril próximo se estará conmemorando la conformación del primer ayuntamiento de México y América del Norte, el de la Villa Rica de la Vera Cruz, lo cual dio origen a lo que hoy es la Ciudad de Veracruz, acto protocolario realizado por Hernán Cortés.

Este hecho marca el inicio de un proceso histórico iniciado en 1519 y concluido en agosto de 1521, con la caída de la gran Tenochtitlán. En 2021 esto marcará la historia futura de México. No es un simple hecho histórico, sino el eje alrededor del cual giran grandes significados para nuestra identidad, como país y como personas

Este no es un hecho frívolo, como lo describe la senadora Jesusa Rodríguez, quien explica que en esa fecha (la rendición de Tenochtitlán) se comieron por primera vez tacos de carnitas, “porque los conquistadores traían unos cerdos y los mexicanos pusieron las tortillas”. Efectivamente, Bernal Díaz del Castillo en sus crónicas describe que después de la rendición de Tenochtitlán, Cortés autorizó que se sacrificaran dos cerdos que habían traído de Cuba. Sin embargo…

El significado que otorguemos a esta importante conmemoración, tiene la capacidad de dividirnos, puediendo llegar hasta la violencia, o en caso contrario, unirnos en un sentimiento de orgullo y pertenencia alrededor del nacimiento de esta gran nación.

Los acontecimientos por sí solos no logran ser trascendentes, ni en nuestra vida personal, ni para la sociedad, si no se visten con significados.

Los significados, o le dan una connotación positiva, o negativa. A partir de ello se generan sentimientos que nos estimulan, motivan o empujan a actuar de determinada forma.

La palabra conquista nos enfoca hacia una interpretación violenta que remueve la vieja herida y la estimula a sangrar nuevamente. Es cierto que este acontecimiento histórico estuvo rodeado de desolación, violencia y muerte, pero igual que un parto, el dolor que se vivió en esas fechas, dio vida a una gran nación.

O nos anclamos en los resentimientos, reclamos y el discurso del odio, fijando toda nuestra atención en ese periodo violento, o en el significado del fruto, o sea el legado de quienes sacrificaron su vida y nos dieron una gran nación, cuya identidad representa la fusión de dos grandes civilizaciones, tan poderosas la una como la otra: la occidental y la mesoamericana o precolombina.

Centrar nuestra atención en conmemorar el nacimiento de nuestra nación como una fusión cultural, étnica y religiosa, nos envolverá en el orgullo de sentirnos mexicanos y juntos, dueños de un gran legado reconocido en el mundo.

Por si nos ayuda a sentirnos bien con nuestro pasado histórico, decidamos cómo queremos interpretar lo sucedido hace 500 años. O vernos como herederos de una derrota a manos de un puñado de extranjeros que no sumaban más que entre 300 y 800 soldados, apoyados por 15 ó 16 cañones y 15 o 16 caballos; o los herederos de una revuelta indígena conformada por tlaxcaltecas, cholultecas y zempoaltecas, que sumaron entre diez mil o quizá cien mil guerreros, que aliados con un puñado de extranjeros se sublevaron contra el imperio mexica fundado por los aztecas.

¿Qué tipo de conmemoración queremos? ¿La del resentimiento por lo que sucedió hace 500 años y que aún hoy nos tiene confrontados bajo argumentos sociales, ideológicos y quizá étnicos, o en contraste, la conmemoración de la esperanza, por el legado que nos dejó ese difícil parto de una nación compleja ciertamente, pero rica en cultura, tradiciones e historia, ubicada en una tierra pródiga? Además, la riqueza de un mestizaje que fundió el talento, la intuición, la imaginación, la espiritualidad y el humanismo de las culturas indígenas, con el raciocinio, la practicidad y otros atributos propios de occidente.

Somos el legado de una fusión que nos garantiza un gran futuro como país. Nuestra conmemoración inicia este abril del 2019 con el recuerdo de la fundación del Ayuntamiento de la Vera Cruz, lo cual no debemos dejar pasar con indiferencia. ¿Usted cómo lo ve?

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