Hace cincuenta años no había democracia en México, la llamaron dictadura perfecta, un sistema casi imperial, del presidente todopoderoso, únicamente limitado por el factor del tiempo, se podía todo, se aprobaba todo, se aplaudía todo pero únicamente por seis años, después, un sucesor y una maquinaria que se reciclaba una y otra y otra vez.

El estallido social de los sesentas y setentas en el mundo que marcaron las protestas contra la guerra y contra el conservadurismo tuvo sus destellos también en México, lo que comenzaría como un pleito estudiantil derivó en una sociedad que salía, poquito a poquito, de su letargo, que sabía de los fraudes, que sabía del autoritarismo, que se sabía ciudadanos solo en discurso y que estaba harta de las simulaciones.

México se volcó al apoyo estudiantil, México quería renovarse, quería gritar lo que nunca le permitieron gritar, quería expresarse, llevar un volante contra el gobierno podría significar, entonces, la cárcel y torturas indecibles, no había quién se atreviera a mentarle la madre al presidente en público hasta que el valor rompió el confinamiento de los pensamientos que habitaban en la intimidad de la sociedad. Por allá se quemaban brasieres, por acá se quemaban las barreras de la mente y de la expresión.

Y México obtuvo una respuesta: la sangre, el dolor y la muerte.

Cincuenta años después y aún no sabemos los nombres de todos los muertos ni de todos los desaparecidos, cincuenta años después y la única justicia que ha quedado de consuelo es la justicia divina porque muchos de los responsables hoy son parte de la tierra, son cenizas, son nada en este plano.

Pero, cincuenta años después, México cambió y no lo hizo de la noche a la mañana, hace años que llegó la libertad de expresión, hace décadas que vivimos en democracia, que llegó la pluralidad, la equidad en el gobierno, las redes que mientan madres ya no solo los presidentes sino a todo su gabinete y sus partidos y hasta sus familias.

Quien quiera comparar al México de hace cincuenta años con el México del Siglo XXI tendrá una visión sesgada, politizada al punto de la ceguera y ponderará consignas sobre realidades.

Es curioso, porque justamente hace cincuenta años, a balazos, a punta de injusticias, a montones de demagogia y de ocurrencias se quería tapar la realidad.

Dos de octubre no debe olvidarse jamás para darnos cuenta de nuestra realidad.

DE COLOFÓN.— Imagínense que más mexicanos puedan pagar bodas millonarias en lugar de que todos sufran la austeridad. Esa debería de ser la meta, ¿o no?

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