En las elecciones presidenciales suele combinarse el pasado y el futuro en la emisión del voto; se evalúa el gobierno saliente, por un lado, y lo que ofrecen los competidores, de vista al futuro. De hecho, un segmento se orienta más por el pasado, y puede emitir un voto de ratificación al partido gobernante, o bien un voto de castigo, sin importar demasiado lo que el nuevo presidente ofrece. Otro segmento, en cambio, se guía más por el proyecto que perfila aquél por quien van a votar, al que le creen al menos la mayor parte de su discurso y promesas sobre un futuro idílico por venir. Pero en general es una combinación del pasado y el futuro. En cambio, las elecciones intermedias, donde las hay (no en todos los países existen), se centra más en el presente, es decir, en los resultados que ha arrojado el gobierno en turno, en ese corte de caja.

En ese momento ya habrá habido un cierto desgaste del gobierno vigente, y seguramente un grado de decepción para quien creyó en sus promesas, pues entre la utopía y la realidad siempre hay una distancia, generalmente amplia. De modo que la tendencia es que en los comicios intermedios el partido gobernante sufra una merma, que a veces es menor y otras es enorme. Sólo cuando hay un buen desempeño del gobierno a la primera mitad, el partido gobernante puede mantener su fuerza o incluso incrementarla. Fue el caso de Salinas de Gortari en 1991; llegó bajo el sello de la ilegitimidad por el magno fraude (visible a todos) de 1988, con una cifra oficial (y cuestionable) de 51 % del voto. Pero tomó medidas para mejorar la economía, lo cual logró en grado importante; el crecimiento del PIB durante De la Madrid fue menor al 1 %, y con Salinas fue del 4 % en promedio. Además, generó una estrategia de ir cuadra por cuadra y casa por casa, a ofrecer servicios de parte del PRI (clientelismo bien ejecutado), por todo lo cual le PRI obtuvo una votación del 64 %.

Con Zedillo, en 1997 el elector le cobró al PRI “el error de diciembre”, bajando su votación a 39 % (la peor hasta entonces) y perdiendo la mayoría absoluta por primera vez. Fox tuvo también un descalabro en 2003; manejó como lema “quítale el freno al cambio”, pues el PRI se había propuesto bloquear las reformas presentadas por el guanajuatense, pese a que éste declinó llamar a cuentas a sus corruptos. El PAN perdió más de 100 curules en la Cámara Baja. Otro tanto ocurrió con Calderón, pues si bien el público festejó su estrategia militar contra el narcotráfico en los dos primeros años, al crecer la violencia el oleaje se le vino en contra. En cambio, el PRI del Peña Nieto en 2015 perdió algo pero no mucho, lo cual sorprendió pues ya habían ocurrido los escándalos de la Casa Blanca y de Iguala. Ese año el Partido Verde incurrió en varias infracciones sistemáticamente, pese a lo cual el INE decidió no retirarle el registro, según lo permitía la ley. Es hasta 2016 que los electores pasaron la factura al PRI (cuando perdió gran cantidad de gubernaturas).

Ahora en 2021, en principio se tendría que evaluar lo que el gobierno de Amlo ha hecho o dejado de hacer. Pero si ese fuera el tema, probablemente los resultados no serían óptimos para su coalición. La economía no va bien, y quién sabe cuánto tarde en recuperarse; la pandemia ha arrojado saldos negativos (y quién sabe cuántos fallecidos habrá de aquí a la elección); y la curva de inseguridad y de violencia difícilmente se habrá podido “domar”. Por lo mismo, no conviene a Amlo que el presente sea el eje de la campaña, sino centrarse de nuevo en el pasado corrupto de los gobiernos neoliberales. Es decir, prácticamente el mismo tema de 2018 que tan buenos dividendos dejó. Si el elector llega a la urnas con el PRI y el PAN robando en su mente, y el impoluto Morena buscando castigar esos abusos, el resultado sería muy distinto a si ese mismo elector vota con el desempleo, los fallecidos de la pandemia, y las cifras de violencia y delincuencia en su cabeza. Ese es el papel que jugarán el escándalo de Emilio Lozoya y la consulta sobre el juicio a ex –presidentes, más allá de que no se llegue en verdad a enjuiciar a algún pez gordo, o que la consulta no pueda realizarse (a menos que Amlo organice una anticonstitucional, como las que le gustan). En tal caso, se habrá logrado colocar como tema central de la elección el pasado inmediato de corrupción de los gobiernos neoliberales, y no el presente de magros resultados por parte del actual gobierno.

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