El desgaste en las preferencias electorales de un partido político o de una figura pública es, la más de las veces, el resultado natural del ejercicio del poder, pues la toma de decisiones en la vida pública necesariamente conlleva una confrontación, no sólo de ideas e ideologías, sino de intereses de todo tipo, desde los naturalmente políticos, hasta los económicos, sociales, culturales, religiosos y de toda índole humana. En México, este desgaste se ha venido agudizando ante el desmantelamiento del Estado, como consecuencia de una falsa democratización y ciudadanización de los espacios donde se procesan y se toman las decisiones públicas. De la división tradicional del ejercicio del poder público, con un componente desequilibrado del poder ejecutivo, pasamos a la atomización del poder público, con cientos de comisiones, comités e institutos en los que hoy están repartidas una serie de atribuciones de gran significancia para la vida nacional, y que sin lugar a dudas dificultan la toma de decisiones y fragmentan la responsabilidad en el servicio público, puesto que, hoy en día, la gran mayoría de los funcionarios públicos tienen miedo de asumir decisiones y fallos, frente a la avalancha de normatividad y procesos de fiscalización inútiles, que sancionan la compra de satisfactores básicos, pero que paradójicamente permiten el gasto excesivo y millonario, como los sueldos y prestaciones funcionarios de primer nivel.

“Nuestro sistema político está en crisis”, es una frase que tanto hemos escuchado, que ya nos parece trillada y a la que ya nos hemos acostumbrado tanto que hoy es inocua para la gran mayoría de los actores políticos. El concepto de crisis lo abordamos en sentido peyorativo, como inminente descomposición, como un fenómeno que en México tiene perfiles más agudos que en otros sistemas políticos, porque hoy ningún partido político, ni sus dirigentes o candidatos se salvan de estar directa o indirectamente vinculados, con elementos de dicha descomposición, tales como la corrupción, la violencia, la incapacidad, el conflicto de intereses, la soberbia, el ajuste de cuentas entre grupos y la delincuencia organizada, entre otros.

Actualmente los partidos políticos mexicanos están enfrentando una crisis reflejada en conflictos internos y resultados electorales adversos. Los partidos están lejos de superar la crisis que enfrentan; se han distanciado de la sociedad y cada vez la propuesta política adquiere menos sentido para el ciudadano que asume el voto de castigo, o el abstencionismo como medios de protesta. La muerte de las ideologías, que Bobbio denunció, alcanzó a nuestro sistema desde finales del siglo pasado, cuando PRI, PAN y los mal llamados partidos de izquierda –por cierto sin identidad propia- se volvieron pragmáticos, y sometieron su ideario político, como gobierno y oposición, a la fácil, pero lucrativa salida, del reparto del presupuesto y los escaños legislativos.

La crisis que enfrentamos tiene una causa de peso, el país creció en todos los sentidos, y el cambio nunca fue debidamente procesado por los partidos y los políticos. Creímos falsamente en la puerta de la ciudadanización de los órganos del poder público como sinónimo de apartidismo y neutralidad, pero nunca reflexionamos sobre la naturaleza humana y su inmanente tendencia al ejercicio del poder, que necesariamente lleva al conflicto de intereses. Por ello, los partidos políticos están obligados a replantear su dinámica, los partidos políticos y quienes militamos en ellos, estamos obligados a voltear la vista a los postulados y principios ideológicos de cada institución, pero principalmente a los que dan sustento al Estado Mexicano, como la respuesta más acabada para afrontar y superar la crisis.

Esta recomposición solamente podrá tener éxito mediante la reconstrucción de sus idearios políticos, como expresión viva de la dinámica social del México actual, con formas más eficaces de relacionarse con sus electores y con el ejercicio congruente del poder público, ya sea como gobierno o ya sea en su papel de oposición. En democracias más avanzadas que la nuestra, los partidos han encontrado su solidez en el apoyo que reciben de sectores plenamente identificados con la ideología y principios del partido político del que se trate. Este elemento de clase que vincula al partido con un sector social específico, no sólo le permite al instituto político ganar elecciones, sino al sistema político fortalecerse. Un primer ejercicio indudablemente será la oferta política y las plataformas electorales en este 2015.

Abogado y profesor de la Facultad de Derecho, U.A.Q.

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