Introducción. En enero de 1867, a Maximiliano solamente le quedaban como bastiones imperiales las ciudades de Querétaro, Morelia, Veracruz, Puebla y México, y abandonado por Napoleón III y el ejército galo, estaba por resolver a qué ciudad partiría para librar la batalla que, sabía, iba a ser la definitiva. Maximiliano no pudo concretar su sueño de gobernar un país pacificado por las siguientes razones: su pensamiento liberal que chocaba con los conservadores que lo patrocinaban; el ratificar las Leyes de Reforma ante el enojo del Papa Pío IX y del partido clerical; el nombramiento de liberales moderados en su gabinete; su carácter aparentemente frívolo, inclinado al romance clandestino, al cultivo de las artes y recolección de insectos; su desapego a la gravedad que requerían los asuntos de importancia para el pseudo Imperio y que terminaban resolviendo Carlota Amalia o sus principales colaboradores; el retiro de las fuerzas francesas y el dinero prestado por Napoleón “el pequeño” con intereses de usurero y que fue pésimamente usado —por una parte— ,y por la otra, una gran porción que nunca llegó a las arcas imperiales; pero sobre todo, la amenaza de Estados Unidos sobre Francia y Austria para que terminaran esa quimera de imponer un Imperio en América.

Es importante mencionar que el principal dueño del nuevo mundo era una república federal, y en consonancia con la doctrina Monroe y del Destino Manifiesto jamás iba a permitir la consolidación de un enclave europeo en su traspatio, para lo cual le advirtieron a Napoleón III y al emperador Francisco José —hermano de Maximiliano—, que evacuaran México de manera inmediata o los estadounidenses y prusianos movilizarían tropas hacia Austria-Hungría y hacia el Valle de Anáhuac.

Si los estadounidenses dejaron entrar a tierra azteca a los franceses en 1863, fue porque estaban muy ocupados resolviendo sus conflictos internos en la Guerra de Secesión que finalmente ganaron los federalistas norteños, identificados con Juárez y la República, al contrario de los sureños confederados que mantenían relaciones de amistad con los imperialistas.
 
Algo que poco se sabe es que en los últimos días de 1866, Maximiliano le escribió al general republicano Porfirio Díaz ofreciéndole la entrega y el mando de las ciudades de Puebla y México con todo y tropa imperial, porque sin duda sabía el archiduque que Díaz era el más decente de sus enemigos. Cabe mencionar que el oaxaqueño no aceptó y al contrario, a través del general Leyva le informó a su maestro Benito Juárez  de las intenciones de Maximiliano.

Si Maximiliano decidió librar la batalla final en Querétaro no fue por la peregrina idea de que aquí tenía un gran número de seguidores o que la ciudad era inexpugnable; no, definitivamente ésta era un bastión poco defendible por su orografía. Si el archiduque llegó a la “Reina del Bajío Oriental” fue por engaños de sus colaboradores y la casta divina de la capital del país que lo empujaron hacia acá por miedo a perder sus bienes y vidas en un sitio de largo plazo y funestas consecuencias. Tarde se dio cuenta Maximiliano de ese engaño y sólo atinó a decirles a esos aristócratas de Anáhuac “viejos pelucas” a manera de reproche.
 
La ciudad de Querétaro en 1867. El Querétaro de 1867 tenía una población fluctuante entre 40 mil y 37 mil habitantes, porque después de la retirada de las tropas galas un gran número de habitantes del campo y de las poblaciones cercanas buscaron refugio en la capital queretana con la falsa ilusión de que iban a estar a salvo de la guerra y sus horrores.

Nuestra prócer ciudad de Santiago y sus alrededores fueron testigos de los hechos más representativos de tan destacados acontecimientos para la historia patria, los más importantes del siglo XIX mexicano, porque sin duda dio una lección el presidente Benito Juárez a las potencias europeas de que nunca más ninguna de ellas tendría injerencia en los destinos de América.

El triunfo republicano y el fusilamiento de Tomás Mejía, Miguel Miramón y Fernando Maximiliano de Habsburgo hizo que tanto el país como Querétaro aparecieran en el mapa mundial, ya que antes de eso difícilmente los habitantes de las naciones del mundo identificaban a nuestro país, creyendo algunos que México estaba enclavado en el continente africano.

A 151 años de esos importantísimos fastos no podemos dejar de resaltarlos porque representan a la patria sangrada pero no vencida; la que pudo reponerse de la ambiciosa intervención napoleónica gracias al tesón de sus hijos que no escatimaron sangre, sudor y lágrimas hasta ver al enemigo postrado en su trono de nopal y espinas.

Sin duda alguna, el Sitio de Querétaro es el evento más importante que haya tenido lugar en nuestra tierra queretana, pues significó el logro de nuestra segunda Independencia y mucho más integral que la de 1810-1821, por sus alcances políticos, sociales y económicos, ya que significó anular los odiosos fueros y privilegios a favor de unos cuantos y fundar realmente la nacionalidad mexicana. El Sitio de 1867 duró 71 días, del 6 de marzo al 15 de mayo. El día 7 de marzo de 1867 la ciudad ya estaba rodeada, pero los sitiadores sólo formaban una débil cortina, fácil de romper en todas partes, sobre todo por El Cimatario al sur.

La línea de circunvalación tenía una extensión de 8 kilómetros, lo que nos da una idea del tamaño tan minúsculo de ese Querétaro, que apenas llegaba a 37 mil habitantes. Siguiendo las manecillas del reloj describo la línea sitiadora desde La Cruz, Carretas, Callejas, Casa Blanca, El Jacal, La Capilla, San Juanico, Cerro de Las Campanas, San Gregorio, San Pablo, La Laborcilla, San José de Los Álamos y San Isidro. El cerco se cerró de manera definitiva hasta mediados de abril, cuando llegaron las fuerzas de Vicente Riva Palacio y se apoderaron del sector sur que da a El Cimatario. Al comenzar el sitio las fuerzas republicanas llegaban a 31 mil hombres, mientras que las imperialistas eran en número de 9 mil elementos; al ser tomada o entregada la plaza el 15 de mayo, aquéllos eran 50 mil contra 5 mil de éstos, o sea, una desproporción de fuerzas que significó la caída de la ciudad prócer en manos chinacas.

El general en jefe de los republicanos fue Mariano Escobedo, de discreta capacidad, la que era muy criticada por compañeros suyos de carrera militar como Sóstenes Rocha y Ramón Corona sin contar a Treviño, Régules, Ignacio Manuel Altamirano, etc. Por el lado imperialista estaba al mando de las fuerzas Leonardo Márquez, provocando esto el enojo del mejor guerrero de ultra derecha como lo fue Miguel Miramón Tarelo, general de división a los 26 años de edad y presidente de la República a los 27 años cumplidos. Los queretanos odiaban a los franceses por los excesos cometidos desde 1863 en que llegaron al mando de Forey, destruyendo lo que quedaba de los conventos y templos, violando mujeres, profanando imágenes religiosas, torturando y encarcelando sin motivo alguno a los pacíficos lugareños, además de ruinosas exacciones fiscales. Pero Maximiliano sí era muy querido entre mis paisanos, sobre todo por tener entre sus filas al ex gobernador Tomás Mejía.

Las calles queretanas en 1867 eran irregulares o inclusive en forma de biombo y se cruzaban en ángulos rectos. Las casas, en su mayoría de un solo piso, de construcción muy  maciza y con azoteas que se prestaban para la defensa. Los pisos generalmente eran de piedra, por lo que la madera se usaba solamente para las vigas, puertas y ventanas. Aun los vecinos más potentados tenían pocos muebles, concluyendo que la capa más pobre de la población dormía y comía sobre alfombras de paja. Por esta razón, era imposible reducir a cenizas una ciudad de cantera y canto. La existencia de tantos conventos e iglesias fuertes y señoriales mansiones facilitaron que Maximiliano y sus compinches decidieran venir a la “levítica ciudad” a dar la que sería la última de las batallas.

Llama la atención las edades tempranas de los protagonistas del Sitio en estudio: Riva Palacio tenía al comenzar el cerco a Querétaro 32 años de edad, Ramón Corona 29, Mariano Escobedo 41, Miramón 35, Maximiliano 35, Manuel Ramírez de Arellano 36, y “los viejitos” eran Mejía y Márquez con 47 años ambos. En conclusión, los protagonistas de un bando y otro —en su gran mayoría— eran hombres jóvenes con suficiente experiencia militar, de fecunda iniciativa, con diferencias profundas en sus objetivos de lucha.

El clima político era de beligerancia al comenzar la Intervención francesa, pero una vez que Querétaro se convirtió en bastión imperialista en 1867, las pasiones a flor de piel no darían lugar a muchos actos de generosidad y los miembros de una familia acabarían por delatar la filia política de sus propios padres y hermanos en una auténtica guerra sin cuartel.

Finalmente la espada rendida de Maximiliano aquel 15 de mayo en las inmediaciones del Cerro de Las Campanas le fue entregada a Juárez por medio de Mariano Escobedo.

¡No importa cuán patriotas, conservadores o juaristas seamos, pero no podemos menos que evocar con cierta nostalgia la sombría grandeza de este episodio de la historia mexicana y queretana!

Cronista del estado de Querétaro

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